Pensaba que el mejor modo de regular la prostitución era una ley
que tuviese en cuenta el libre negocio del propio cuerpo, el cuidado de la salud de las
prostitutas y el control de los proxenetas, pero como en tantas cosas
estaba equivocado. El
informe que aparece hoy en el periódico muestra un negocio
bárbaro con traficantes de esclavas en vez de mujeres que
ejercen libremente el oficio. Pura esclavitud. Si miramos hacia el
pasado nos horroriza el tráfico de esclavos, nos indignan los negreros, lo que
hacían los propietarios de minas y campos de algodón en las
Américas, cómo trataban a otros hombres, de otro continente, de
otro color. Hoy, bajo la apariencia de democracia en la sociedad
liberal, sucede algo parecido, algo que si viésemos en una película
nos conmocionaría. Caben dos cosas que hacer, creo yo, presionar a los
legisladores para que sean lo más duros posible con los esclavistas
del sexo e introducir una medida que parece extrema pero por la que
podría venir la solución: tratar
como delincuentes a los clientes del sexo, como ya se hace en los
países nórdicos.
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