Siempre
hay algo en el periódico. Cada día. El eco de un gran hombre del
pasado, el chisporroteo de una mente que expone una parte de su obra
en marcha, "portador de una chispa del fuego sagrado (Joseph Conrad), el síntoma del peligro, del mal
que acecha esperando su oportunidad, la ración cotidiana de
quien
alientan el odio, un pequeño ensayo que resume, acorde con la
concisión periodística, todo un mundo de descubrimientos, la
credulidad que no cesa. No leer el periódico es perderse el
mundo.
Adam
Zagajewski nos dice, a través de Vila-Matas, esto sobre el ángel
de Rilke:
“Está allí para preservar algo que la era moderna —tan pródiga en otros muchos campos— nos ha arrebatado o tan sólo ocultado: los momentos de éxtasis, por ejemplo, instantes de asombro, horas de mística ignorancia, días de solaz, la encantadora quietud de leer y meditar”.
“esa cuyo fabricante nunca sabemos si pidió permiso al padre o a la madre para ajustar sus cuentas pendientes a título póstumo o para dar rienda suelta a sus masturbaciones creativas, ni si pidió perdón de antemano al público por ejercer de llorica. Rehúyo la exhibición pornográfica de sentimientos, esa que confía en que los demás sientan compasión por mi gran tragedia y que les obliga a ser testigos de mi terapia y de mis demonios interiores. Cuando se escribe, hay que ir ya llorado”.
Arcadi
Espada ofrece datos sobre la
equivocada asignación de sexo débil:
La tasa española de suicidios se sitúa en 12,7 en los hombres y 4,1 en las mujeres. En Estados Unidos (datos de 2012) la proporción de mujeres blancas universitarias es superior en 10 puntos porcentuales a la de los hombres. Un estudio británico de 2015 asegura que un 70% de las personas sin casa son varones. Las mujeres españolas, como las de todas partes, viven casi seis años más que los hombres.
Pero
lo más importante es el encuentro inesperado con alguien que no
piensa como tú, que hace zozobrar tus fijas ideas adquiridas. Sin el
periódico podemos naufragar en el océano de internet: ante su masa
informe buscamos balsas amigas para mantenernos a flote, lugares
donde nos creemos a salvo porque subrayan lo que ya sabemos, los
límites seguros del pensamiento restringido.
Y
esos tres versos del título, así de golpe, en el
final de una columna, lo contrario de lo que uno le presuponía
al silencio. Karmelo Iribarren.
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