Oigo
a algunos ponderar su amistad con batasunos, bellísimas personas
amantes del arte y de la naturaleza. Magníficas personas, pues,
salvo ese reducto de irracionalidad que les impide renunciar a lo
que hicieron. Mataron a muchos, ahí están las cifras para quien
quiera verlas y lo hicieron porque eran españoles. Alguien pensará
que es una buena excusa. De hecho en una tele vasca se han reído estos días de su degradada humanidad: ser españoles. Durante
decenas de años, esa buena gente, sin discontinuidad, alentó a los
asesinos, sus vecinos, sus hermanos, para que siguieran haciéndolo,
matando, con pasquines, ocupando las calles por miles, por cientos de
miles jaleándoles, insultando a los muertos y a las madres de los
muertos y a los muertos por venir. Otros muchos, la inmensa mayoría
se quedó en sus casas, se quedó tanto, por miedo, por no entrar en
política, por creer que la muerte arrebatada no era cosa suya, que
terminaron sucumbiendo a la atmósfera de terror. Su cerebro borró
las huellas, ni un átimo de crítica ni un segundo de vergüenza y
ahora cuando ya no matan, a solas en la cabina secreta del voto, no
aciertan a coger las papeletas limpias. Están tan confusos que no
aciertan a ver sus dedos manchados de sangre. Porque unos mataban,
otros les alentaban a seguir matando y otros creaban la atmósfera de
impunidad y de heroísmo. A esos votan la mayoría silenciosa hoy,
aquella del franquismo y del carlismo y. Un pueblo de cobardes, lo
contrario que dice el tópico de los vascos. Como los españoles lo fueron durante el franquismo. Sólo unos pocos
resistieron. Unos pocos. La democracia nos ha permitido sacar la
cabeza del agua y mirar de otro modo, aunque ya hay quien pretende que volvamos a hundirla en la polcilga.
domingo, 12 de marzo de 2017
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