Este
cuento largo o novela corta de Joseph Conrad alcanzó pronta fama.
Explicaba con talento poético el drama de la colonización. Sus
lectores adoptaron la idea de la gran mentira de occidente, su
proyecto de civilización. La «Sociedad Internacional para la
Supresión de las Costumbres Salvajes» (Conferencia de Berlín de
1884) fue una excusa para una vil explotación. Occidente practicó
un doble lenguaje. La idealización del proceso que en las metrópolis
urdían misioneros, periodistas y políticos y la práctica inhumana
en las colonias. Con unas pocas imágenes y un personaje obsesivo
Conrad lo desbarató. Tenía a mano su experiencia, fue contratado
durante seis meses por una empresa belga. Conoció pues de primera
mano la colonización del Congo por parte del rey belga Leopoldo II.
Desde entonces la mirada de los lectores y los historiadores hacia el
pasado colonizador de Europa está dominado por la dramática visión
de El corazón de las tinieblas. El libro es una versión
moderna de La Brevísima relación de la destrucción de las
Indias publicado en 1552 por el fraile dominico Fray Bartolomé
de las Casas. El impacto fue parecido.
Que
el libro de Conrad haya tenido tanto éxito quizá se deba al épico
relato que el autor presta a la voz de Marlow, el marinero contratado
para ir en busca del enloquecido Kurtz. El desdoblamiento de la
narración en dos voces, una descriptiva y otra de hálito poético,
permite al autor crear la impostada voz de Marlow. Los europeos de
finales del XIX no habrían aceptado una narración recitada con las
artes del relato oral, se habrían quedado dormidos o movido
inquietos, como el propio primer narrador de la novela ve en los
oyentes de Marlow. Sin embargo, la narración oral permitía abducir
al lector con el ritmo propio del cuentacuentos hacia un pasado
fantasmagórico donde la negra idealización de Kurtz es la
contraimagen del héroe medieval de los cantares de gesta. Kurtz que durante el relato sólo
es un nombre y un estado de ánimo emerge al final de entre las tinieblas
de la selva como una figura enferma y moribunda, para ser retirado por sus
compañeros blancos de la estación interior, en la que había
almacenado marfil más allá de todo cálculo racional utilizando
métodos siniestros, dejando que el incomprensible mundo selvático
vuelva a recuperar un territorio que occidente había ollado.
La
imagen que proyecta Joseph Conrad es poderosa y como está construida
con el lenguaje de la poesía, irreductible a la crítica. Como en un
acto de fe, se acepta o no. Sólo cabe preguntarse si el libro se
aguanta literariamente. El comienzo de la narración, en el estuario
del Támesis, es insuperable, luego, el desarrollo, es otra cosa, el
ritmo del narrador no puede mantener la misma intensidad, pero la personificación del horror causado por Occidente queda como uno esos símbolos imperecederos que solo la gran literatura puede crear,
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