lunes, 27 de marzo de 2017

El corazón de las tinieblas


 Este cuento largo o novela corta de Joseph Conrad alcanzó pronta fama. Explicaba con talento poético el drama de la colonización. Sus lectores adoptaron la idea de la gran mentira de occidente, su proyecto de civilización. La «Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes» (Conferencia de Berlín de 1884) fue una excusa para una vil explotación. Occidente practicó un doble lenguaje. La idealización del proceso que en las metrópolis urdían misioneros, periodistas y políticos y la práctica inhumana en las colonias. Con unas pocas imágenes y un personaje obsesivo Conrad lo desbarató. Tenía a mano su experiencia, fue contratado durante seis meses por una empresa belga. Conoció pues de primera mano la colonización del Congo por parte del rey belga Leopoldo II. Desde entonces la mirada de los lectores y los historiadores hacia el pasado colonizador de Europa está dominado por la dramática visión de El corazón de las tinieblas. El libro es una versión moderna de La Brevísima relación de la destrucción de las Indias publicado en 1552 por el fraile dominico Fray Bartolomé de las Casas. El impacto fue parecido.

            Que el libro de Conrad haya tenido tanto éxito quizá se deba al épico relato que el autor presta a la voz de Marlow, el marinero contratado para ir en busca del enloquecido Kurtz. El desdoblamiento de la narración en dos voces, una descriptiva y otra de hálito poético, permite al autor crear la impostada voz de Marlow. Los europeos de finales del XIX no habrían aceptado una narración recitada con las artes del relato oral, se habrían quedado dormidos o movido inquietos, como el propio primer narrador de la novela ve en los oyentes de Marlow. Sin embargo, la narración oral permitía abducir al lector con el ritmo propio del cuentacuentos hacia un pasado fantasmagórico donde la negra idealización de Kurtz es la contraimagen del héroe medieval de los cantares de gesta. Kurtz que durante el relato sólo es un nombre y un estado de ánimo emerge al final de entre las tinieblas de la selva como una figura enferma y moribunda, para ser retirado por sus compañeros blancos de la estación interior, en la que había almacenado marfil más allá de todo cálculo racional utilizando métodos siniestros, dejando que el incomprensible mundo selvático vuelva a recuperar un territorio que occidente había ollado.

          La imagen que proyecta Joseph Conrad es poderosa y como está construida con el lenguaje de la poesía, irreductible a la crítica. Como en un acto de fe, se acepta o no. Sólo cabe preguntarse si el libro se aguanta literariamente. El comienzo de la narración, en el estuario del Támesis, es insuperable, luego, el desarrollo, es otra cosa, el ritmo del narrador no puede mantener la misma intensidad, pero la personificación del horror causado por Occidente queda como uno esos símbolos imperecederos que solo la gran literatura puede crear,

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