A
falta del rigor matemático o de la sistematicidad de la física, los
humanistas cuentan con el atajo de la metáfora para dar cuenta de la
complejidad de las cosas del mundo. Pero si prosigue la actual
carrera de lo digital como única forma de representar el mundo, lo
tiene cada vez más difícil. Su mundo es la analogía. Una metáfora
funciona mientras no se encuentra otra mejor o si no se desmontan sus
impericias (como
en el caso del choque de trenes del que hablan los nacionalistas
catalanes), pero algunas tienen una larga historia de éxito.
Pensemos en la caverna platónica, por ejemplo. La metáfora refleja
el mundo pero ella misma ha de ser interpretada, en un bucle sin fin.
Interpretar una buena metáfora puede llevar a afirmar uno y su
contrario. Heidegger, en el siglo XX, fue, probablemente, el más
exitoso creador de metáforas. Una de ellas, Somos
los invitados de la vida,
es una luminosa manera de explicar la condición del hombre. En
general, cabe interpretarla desde el sentido trágico de la
existencia, el hombre arrojado a la vida para morir. Pero caben otras
interpretaciones. George Steiner lo hace en sentido positivo como El
peregrino de las invitaciones. En
este caso superpuesta a otra metáfora, la del judío errante,
apátrida, que va de lugar en lugar. El judío, como hombre libre,
tiene la misión de recordarnos que somos invitados en la tierra, “de
enseñar a nuestros conciudadanos de la vida que debemos aprender ese
arte tan difícil de sentirse en casa en todas partes”, de hacer
patente que “un árbol tiene raíces, (pero) yo tengo piernas”.
El ejemplo judío nos enseña “que el equipaje siempre debe estar
preparado, que la maleta siempre debe estar hecha”. Lo contrario es la asimilación, mudar como el camaleón para adaptarse a la patria de acogida. Echar raíces.
Quizá,
por eso, el antisemistismo siempre vuelve. No queremos que se nos
haga presente la fragilidad de nuestra constitución, la
transitoriedad de nuestra existencia. Quizá, también, por eso,
nuestra incomodidad ante los refugiados, ante los inmigrantes
económicos. Los inmigrantes nos someten a un doble chantaje: la
tierra no es vuestra, es de todos o no es de nadie, no existe la
patria estable, y toda identidad es temporal, una ilusión. En una
época donde la condición tribal empuja por doquier, nada hay más
reaccionario que la vuelta a las patrias (antes bajo el culto a la
sangre y los muertos, ahora bajo la lengua propia) y la vindicación
de la identidad, ese espejismo. El ejemplo del judío errante es la
mejor metáfora del destino del hombre libre.
Contra la integración, contra la violencia taxonómina.
Contra la integración, contra la violencia taxonómina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario