sábado, 4 de marzo de 2017

Contra la asimilación



            A falta del rigor matemático o de la sistematicidad de la física, los humanistas cuentan con el atajo de la metáfora para dar cuenta de la complejidad de las cosas del mundo. Pero si prosigue la actual carrera de lo digital como única forma de representar el mundo, lo tiene cada vez más difícil. Su mundo es la analogía. Una metáfora funciona mientras no se encuentra otra mejor o si no se desmontan sus impericias (como en el caso del choque de trenes del que hablan los nacionalistas catalanes), pero algunas tienen una larga historia de éxito. Pensemos en la caverna platónica, por ejemplo. La metáfora refleja el mundo pero ella misma ha de ser interpretada, en un bucle sin fin. Interpretar una buena metáfora puede llevar a afirmar uno y su contrario. Heidegger, en el siglo XX, fue, probablemente, el más exitoso creador de metáforas. Una de ellas, Somos los invitados de la vida, es una luminosa manera de explicar la condición del hombre. En general, cabe interpretarla desde el sentido trágico de la existencia, el hombre arrojado a la vida para morir. Pero caben otras interpretaciones. George Steiner lo hace en sentido positivo como El peregrino de las invitaciones. En este caso superpuesta a otra metáfora, la del judío errante, apátrida, que va de lugar en lugar. El judío, como hombre libre, tiene la misión de recordarnos que somos invitados en la tierra, “de enseñar a nuestros conciudadanos de la vida que debemos aprender ese arte tan difícil de sentirse en casa en todas partes”, de hacer patente que “un árbol tiene raíces, (pero) yo tengo piernas”. El ejemplo judío nos enseña “que el equipaje siempre debe estar preparado, que la maleta siempre debe estar hecha”. Lo contrario es la asimilación, mudar como el camaleón para adaptarse a la patria de acogida. Echar raíces.

           Quizá, por eso, el antisemistismo siempre vuelve. No queremos que se nos haga presente la fragilidad de nuestra constitución, la transitoriedad de nuestra existencia. Quizá, también, por eso, nuestra incomodidad ante los refugiados, ante los inmigrantes económicos. Los inmigrantes nos someten a un doble chantaje: la tierra no es vuestra, es de todos o no es de nadie, no existe la patria estable, y toda identidad es temporal, una ilusión. En una época donde la condición tribal empuja por doquier, nada hay más reaccionario que la vuelta a las patrias (antes bajo el culto a la sangre y los muertos, ahora bajo la lengua propia) y la vindicación de la identidad, ese espejismo. El ejemplo del judío errante es la mejor metáfora del destino del hombre libre.

          Contra la integración, contra la violencia taxonómina.


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