El
vídeo introductorio, cutre, impropio de un lugar patrimonio de la
humanidad, aunque también es impropio que tanto el acceso al museo
como a los abrigos sea gratis total: hay gente trabajando ahí,
demasiados, creo yo, para el número de visitantes que les llega: no
pasamos de la docena, siendo hoy domingo. La visita a la Cova dels
cavalls, a lo largo de dos km y medio, una lenta procesión de
variopintos curiosos, puede que más dignos de estudio que el destino
al que van. Entre ellos, un perro lanas que lleva en brazos una
señora. Ante la pregunta del guía, de por qué lo lleva en brazos,
responde: “¡Porque se cansa!”, a lo que sigue un diálogo de
besugos: “Me gustaría ser perro en la otra vida”, “No hay como
ser perro, no tienes que pagar hipoteca”, “El médico te atiende
primero y sin pagar”.
El
guía, todo un profesional, explica la importancia del entorno: el
barranco de la Valltorta, seco, con apenas unas charcas, fruto más
de surgencias que de la lluvia, donde los animales bajaban a abrevar;
el momento histórico, hace seis mil años, el final de las
sociedades cazadoras, y la cueva, ahora férreamente cerrada, tras el
expolio sufrido: quedan unas pocas figuras de las 57 iniciales,
descubiertas ahora hace justamente un siglo. Las pinturas, una
estrategia de caza. Un manual para la caza, nos dice con seguridad,
es lo que vemos en la pared. Un grupo de ciervas, un ciervo y
cervatillos acorralados en el momento de ir a beber y una fila de
cazadores asaeteándoles. El encajonado barranco, por su forma,
permitía conducirles a un brazo sin salida, allí se les esperaba
para darles caza. ¿Y por qué mataban a las ciervas? Era como
disparar a su supervivencia, sin ciervas no había reproducción, no
había alimento. La pared de Valltorta es excepcional (Me suena haber
oído eso en otra ocasión, en otro lugar). Se trataría de un suceso
que se repetía de tarde en tarde, quizá cada cinco o seis años,
cuando había jóvenes casaderos que necesitaban buscar pareja fuera,
huyendo de la endogamia. Se reunían distintas agrupaciones tribales
y procedían a una caza ritual cuyo fin era propiciar uniones entre
las diferentes tribus, el resto del tiempo enemigas. Porque sí, lo
normal era cazar ciervos, no ciervas.
Los
esquemas de los dibujos de la Valltorta en los libros son precisos,
inteligibles, permiten que se despliegue el hilo de la razón; los
del museo, con su reproducción hiperrealista, una inmejorable
aproximación a la pintura original: el perfil y el color, las formas
naturalistas de los ciervos, la geometría de los cazadores, el
esquema general de una pintura narrativa que nos cuenta la historia
de un grupo de hombres cazando con una estrategia premeditada. No hay
tal en la pared verdadera. Las figuras están desvaídas, por el paso
del tiempo, el velo de la cal y los destrozos de la piqueta
vandálica. Sin embargo, es ahí donde reside la emoción, si uno la
ha preparado: el dedo del guía nos muestra los trazos, el gesto del
pintor que no vemos, el lugar de la acción en el fondo del barranco
y el lugar de la representación que ahora se repite ante nosotros
seis mil años después. Es el misterio del arte, que hace que los
japoneses no se resignen a ver la Mona Lisa reproducida en un lujoso
volumen.
No
muy lejos de Tirig, el municipio de la Valltorta, está San
Mateu, que fue la capital del Maestrat, y junto a San Mateu, el
Santuario de la Mare de Déu dels Angels. La vista es preciosa y
junto al santuario hay un restaurante, que utiliza viejas dependencias,
que sirve un menú delicioso a muy buen precio. Y también cerca, en
otro santuario, en Traiguera, el de la Virgen de la Salud,
otro restaurante, también con buenas vistas. El Maestrat está lleno
de santuarios y junto a los santuarios restaurantes con vistas y
buena comida. Detente viajero.
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