domingo, 19 de febrero de 2017

Valltorta




            El vídeo introductorio, cutre, impropio de un lugar patrimonio de la humanidad, aunque también es impropio que tanto el acceso al museo como a los abrigos sea gratis total: hay gente trabajando ahí, demasiados, creo yo, para el número de visitantes que les llega: no pasamos de la docena, siendo hoy domingo. La visita a la Cova dels cavalls, a lo largo de dos km y medio, una lenta procesión de variopintos curiosos, puede que más dignos de estudio que el destino al que van. Entre ellos, un perro lanas que lleva en brazos una señora. Ante la pregunta del guía, de por qué lo lleva en brazos, responde: “¡Porque se cansa!”, a lo que sigue un diálogo de besugos: “Me gustaría ser perro en la otra vida”, “No hay como ser perro, no tienes que pagar hipoteca”, “El médico te atiende primero y sin pagar”.


           El guía, todo un profesional, explica la importancia del entorno: el barranco de la Valltorta, seco, con apenas unas charcas, fruto más de surgencias que de la lluvia, donde los animales bajaban a abrevar; el momento histórico, hace seis mil años, el final de las sociedades cazadoras, y la cueva, ahora férreamente cerrada, tras el expolio sufrido: quedan unas pocas figuras de las 57 iniciales, descubiertas ahora hace justamente un siglo. Las pinturas, una estrategia de caza. Un manual para la caza, nos dice con seguridad, es lo que vemos en la pared. Un grupo de ciervas, un ciervo y cervatillos acorralados en el momento de ir a beber y una fila de cazadores asaeteándoles. El encajonado barranco, por su forma, permitía conducirles a un brazo sin salida, allí se les esperaba para darles caza. ¿Y por qué mataban a las ciervas? Era como disparar a su supervivencia, sin ciervas no había reproducción, no había alimento. La pared de Valltorta es excepcional (Me suena haber oído eso en otra ocasión, en otro lugar). Se trataría de un suceso que se repetía de tarde en tarde, quizá cada cinco o seis años, cuando había jóvenes casaderos que necesitaban buscar pareja fuera, huyendo de la endogamia. Se reunían distintas agrupaciones tribales y procedían a una caza ritual cuyo fin era propiciar uniones entre las diferentes tribus, el resto del tiempo enemigas. Porque sí, lo normal era cazar ciervos, no ciervas.


             Los esquemas de los dibujos de la Valltorta en los libros son precisos, inteligibles, permiten que se despliegue el hilo de la razón; los del museo, con su reproducción hiperrealista, una inmejorable aproximación a la pintura original: el perfil y el color, las formas naturalistas de los ciervos, la geometría de los cazadores, el esquema general de una pintura narrativa que nos cuenta la historia de un grupo de hombres cazando con una estrategia premeditada. No hay tal en la pared verdadera. Las figuras están desvaídas, por el paso del tiempo, el velo de la cal y los destrozos de la piqueta vandálica. Sin embargo, es ahí donde reside la emoción, si uno la ha preparado: el dedo del guía nos muestra los trazos, el gesto del pintor que no vemos, el lugar de la acción en el fondo del barranco y el lugar de la representación que ahora se repite ante nosotros seis mil años después. Es el misterio del arte, que hace que los japoneses no se resignen a ver la Mona Lisa reproducida en un lujoso volumen.


            No muy lejos de Tirig, el municipio de la Valltorta, está San Mateu, que fue la capital del Maestrat, y junto a San Mateu, el Santuario de la Mare de Déu dels Angels. La vista es preciosa y junto al santuario hay un restaurante, que utiliza viejas dependencias, que sirve un menú delicioso a muy buen precio. Y también cerca, en otro santuario, en Traiguera, el de la Virgen de la Salud, otro restaurante, también con buenas vistas. El Maestrat está lleno de santuarios y junto a los santuarios restaurantes con vistas y buena comida. Detente viajero. 

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