viernes, 17 de febrero de 2017

Replicantes infelices



           Hay gente que vive para el odio. Quizá, sería más correcto y bondadoso decir que hay gente a la que el odio no le deja vivir. Ayer se me hizo presente el cabal significado de una frase que a veces se dice, que decimos sin reparar en la verdad de lo que dice: el odio le ciega. Realmente, hay mucha gente cegada por el odio. Acababa de leer este artículo sobre la intimidación, cómo hay políticos y gente partidarios de una idea, de un proceso, de un movimiento que ya que no pueden convencer o seducir a tantos como ellos querrían y, entonces, utilizan el arma de la intimidación para hacer callar a sus oponentes. Estoy de acuerdo con la argumentación del articulista, en algunos momentos de mi vida laboral, aunque livianamente, he visto usar ese arma,sutiles formas de presión. Desde hace un tiempo ya no es un arma leve, ahora se utiliza con contundencia, como agresión verbal, incluso en el Congreso. Acudí al foro del periódico para ver los comentarios y el día alegre que traía conmigo se arruinó.

          Hay gente que no se conforma con odiar en privado o verter sus denuestos en páginas amigas, en los foros de su cuerda, no, acuden a casa de sus odiados para decirles cuánto les odian a la cara. Bueno, en realidad, no, no lo hacen a la cara, lo hacen protegidos por el anonimato. Si se siguen esos foros, se ve, sin embargo, que los alias vuelven un día y otro, como si no pudiesen hacer otra cosa en su vida, como si su vida estuviese justificada por el odio que exhalan. Lo he visto en amigos y amigas míos, caer en esa putrefacción del alma, incapaces para el razonamiento, cómo han ido cayendo, cada vez de forma más visible, en esa enfermedad. En algún momento se convencieron o alguien les convenció que tal y cual eran los enemigos, sus enemigos, y, desde entonces, en sus rostros sólo ven la máscara del diablo. Cualquier cosa que digan o escriban, aunque sea lo más sensato, estará mal, tergiversan lo que dicen, entienden lo contrario de lo que escriben.

            Cómo han llegado hasta ahí. Creo que es algún tipo de desgracia sobrevenida, una malformación, una caída del alma, un desarreglo neuronal. Hay que tenerles lástima, porque tienen difícil arreglo. Aún no tenemos el remedio para recomponer una mala agrupación neuronal. Es un misterio todavía cómo se unen las neuronas para formar grupos, para establecer funciones, cómo procesa el cerebro. En todo caso son muchos como para arrinconarles y hacer como que no los vemos, tantos como para concentrarse y adquirir peso y determinar la política del conjunto de la sociedad. Hay políticos que lo saben y los utilizan como arma de choque, políticos que han sabido contarles mejor que nadie el cuento. Así que esa gente primero se convierten en papagayos y luego en hienas. Hienas infelices.
¿Quién no ha pillado alguna vez en flagrante delito a un amigo, a un pariente, a un compañero de oficina o a un suegro, repitiendo casi palabra por palabra el argumentario que ha debido de leer en un periódico o escuchado en la tele, como si dijera él mismo sus propias palabras, como si se hubiera apropiado de ese discurso, como si manara de él y no como si cruzara a través de él, adoptando las mismas expresiones, la misma retórica, los mismos supuestos, las mismas inflexiones indignadas, el mismo tonillo cómplice, como si él no fuera el simple médium por el que la voz, diferida de un periódico que repite a su vez las frases de un político, quien a su vez las ha leído en un libro de otro autor, y así sucesivamente, como si él no fuera el simple médium, decía yo, por el que la voz nómada y sin origen de un locutor fantasma se expresara, comunicara, en el mismo sentido en que dos lugares se comunican uno con el otro por un pasaje?
      (Del personaje Derrida, en La séptima función del lenguaje, de Laurent Binet)

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