miércoles, 8 de febrero de 2017

Toni Erdmann



           Ventilamos los sentimientos encadenados en nuestras salas interiores sublimándolos en los personajes de las películas y novelas que frecuentamos, casi todas sumidas en una atmósfera de amor febril. El amor alimenta las ficciones mucho más que el poder y la muerte, porque estos también están bañados por esa pasión, que es el oxígeno del alma. Sin embargo, no ese amor el que nos salva definitivamente. El amor asociado al sexo es egoísta, ansía prevalecer, fundar una relación de dominio, establecer raíces con las que construir un poder. Toni Erdmann, que, extrañamente, prolonga su estancia en las carteleras más allá de lo esperable -la sala en que la vi, a rebosar-, capta la atención silenciosa como una ceremonia religiosa, a pesar de su larga duración, habla de otro tipo de amor.

           Los dos protagonistas, un hombre mayor más allá de la edad de la jubilación, caracterizado con un humor que no hace reír, pesado, torpe, con exceso de kilos, mal vestido y peor encarado, y una mujer de edad mediana, de quien se puede decir que la gracia y el encanto ya la han abandonado, seria y estresada por una profesión antipática, no inducen, precisamente, a la identificación y, sin embargo, asistimos a su tortuoso intento de aproximación con la emoción a flor de piel, porque sabemos qué se juega en ese envite. Las preguntas que se hacen son las que todos nosotros hemos ido postergando, pero que están ahí latiendo, esperando una respuesta, y con el temor a que llegue el último día sin que nadie nos la musite al oído, solitarios, asustados. Ese amor es el que da sentido a la humanidad, el que nos traba, pero es exigente y requiere un empeño continuado. No es egoísta sino generoso, desinteresado, aunque el efecto que produce si se logra es el de cerrar las grietas que el egoísmo ha ido abriendo.


          Como la película es larga, mal trabada, los personajes poco vistosos y lo que sucede en la trama falto de interés de tan vulgar, no nos parece verosímil, sino real, la vida misma reflejada tal cual, la vida que no tenemos porque hemos renunciado, porque nos faltan fuerzas, porque desconfiamos, porque tenemos miedo y así se nos escapa con una larga, congelada y triste mirada al vacío que nos llama. Los defectos de Toni Erdmann son sus grandes virtudes.

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