Desde
Ares del Maestre a Vilafamés, siguiendo el curso de la Rambla
Carbonera, el ancho valle está moteado de rosa. Miles y miles de
almendros, salteados con algún olivar, llenan los campos que se
extienden a la salida de Benasal hasta Albocasser y desde ahí hasta
Vilafamés. La floración es rosa, aunque también la hay blanca.
Ahora es el momento de admirarla a uno y otro lado de la carretera o
de detenerse para hacer alguna foto, aunque es difícil encontrar
altura. El premio final son las vistas, a lo lejos, de este municipio
de la Plana Alta, situado sobre una mole que domina la llanura, pero
también las impresionantes vistas, desde el alto de su castillo, de
la Sierra de les Conteses y de la llanura rosa. Las trazas de la
historia están en el propio nombre del pueblo, de origen andalusí,
en su callejero, en su castillo, en el museo de arte contemporáneo.
Por aquí pasaron Jaume I, los hospitalarios y la orden de Montesa.
También los carlistas de Cabrera quisieron conquistarla, aunque su
intento fue vano. Callejear, siempre hacia arriba, en esta tarde de
febrero calurosa y silenciosa es una delicia porque no oigo más que
mis propios pasos o el clic de mi cámara de fotos.
La
jornada ha comenzado en Olocau del Rey, siguiendo, más o
menos, las andanzas del Cid, por municipios que llevan su nombre o
donde su huella es evidente. Por ejemplo, sobre esta villa de Olocau
ejerció su señorío. También sufrieron lo suyo en la guerra de la
Independencia y en las carlistadas y más tarde en la guerra civil y
con los maquis. En el centro del pueblo hay imponentes edificios
góticos y a la salida una ermita que parece una catedral, la de San
Marcos.
Después
he entrado en Teruel: Mirambel, hermoso municipio muy bien
restaurado, a pesar de los pocos vecinos que se ven por la calle. Uno
de ellos, un pintor, se me quejaba de las subvenciones que caen en
las manos de quienes no las necesitan y en cambio a los autónomos,
como él, no se les tiene en ninguna consideración. El arco mudéjar,
en una de las puertas de entrada, es una maravilla. Sobre un alargado
peñón aparece a lo lejos la capital del alto maestrazgo. En
Cantavieja, que fue capital carlista con Cabrera, hay más
movimiento. Un autocar de jubilados acaba de llegar y la encargada de
la oficina turística les enseña el pueblo, por lo que no he podido
ver el museo carlista. La muchacha atiende la oficina, el museo y
hace de guía. Es la segunda vez que me pasa. Así que callejeo por
la plaza porticada del ayuntamiento, aunque como en casi todas las
poblaciones es imposible ver el interior de su iglesia gótica,
cerrada.
Lo
mismo me ocurre en Iglesuela del Cid. Este
curioso pueblo, es atravesado por dos riachuelo. En los márgenes de
uno de ellos, en el centro del puebo, se cultivan los huertos. Hay
huellas de iberos y romanos, del Cid que agrandó sus murallas y
castillo, de moros, de templarios y carlistas. He planeado llegar a
Vilafranca, también del Cid, el pueblo más grande de la
zona, a la hora de comer. Me relamía con las buenas críticas de
L'Escudella, según Google abierto, pero no ha sido así. Tampoco
estaba abierto la Taverna del forn. Mala suerte, así que he tenido
que comer donde lo hacen los camioneros: unas lentejas con arroz, muy
secas y unas chuletas de cordero negras de tanta brasa, un lugar cuyo
nombre mejor no recordar.
Para
la tarde he dejado Benasal, de vuelta en Castellón, otro de
los pueblos marcados del Maestrat. El recorrido desde Vilafranca es
un zigzagueo de curvas que se abren a profundos barrancos. Un paisaje
bonito, espectacular, que la pesadez de la digestión me ha impedido
apreciar como se merece. Conserva muralla y torres, arcos moros y
casones medievales y un bello palacio, la Mola, actualmente museo del
Baix Maestrat que tampoco he podido ver. Como todos los pueblos de la
zona merece un reposado callejeo por el casco viejo restaurado.
Y
un hermosísimo puente que se me olvidaba, cuando es lo más singular
que he visto en la jornada, el puente de La Puebla de Bellestar.
De estilo gótico, el puente sobre el río de las truchas, las casas
y la ermita de San Miguel forman un conjunto excepcional por el modo
en que están construidos, en pedra al sec, es decir, piedra
sin argamasa, aunque en las restauraciones ya no es así. En
Vilafranca hay un museo expresamente dedicado a explicar esa técnica
constructiva.
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