martes, 21 de febrero de 2017

Tierras moras, cidianas y de batallas carlistas



         Desde Ares del Maestre a Vilafamés, siguiendo el curso de la Rambla Carbonera, el ancho valle está moteado de rosa. Miles y miles de almendros, salteados con algún olivar, llenan los campos que se extienden a la salida de Benasal hasta Albocasser y desde ahí hasta Vilafamés. La floración es rosa, aunque también la hay blanca. Ahora es el momento de admirarla a uno y otro lado de la carretera o de detenerse para hacer alguna foto, aunque es difícil encontrar altura. El premio final son las vistas, a lo lejos, de este municipio de la Plana Alta, situado sobre una mole que domina la llanura, pero también las impresionantes vistas, desde el alto de su castillo, de la Sierra de les Conteses y de la llanura rosa. Las trazas de la historia están en el propio nombre del pueblo, de origen andalusí, en su callejero, en su castillo, en el museo de arte contemporáneo. Por aquí pasaron Jaume I, los hospitalarios y la orden de Montesa. También los carlistas de Cabrera quisieron conquistarla, aunque su intento fue vano. Callejear, siempre hacia arriba, en esta tarde de febrero calurosa y silenciosa es una delicia porque no oigo más que mis propios pasos o el clic de mi cámara de fotos.

          La jornada ha comenzado en Olocau del Rey, siguiendo, más o menos, las andanzas del Cid, por municipios que llevan su nombre o donde su huella es evidente. Por ejemplo, sobre esta villa de Olocau ejerció su señorío. También sufrieron lo suyo en la guerra de la Independencia y en las carlistadas y más tarde en la guerra civil y con los maquis. En el centro del pueblo hay imponentes edificios góticos y a la salida una ermita que parece una catedral, la de San Marcos.


         Después he entrado en Teruel: Mirambel, hermoso municipio muy bien restaurado, a pesar de los pocos vecinos que se ven por la calle. Uno de ellos, un pintor, se me quejaba de las subvenciones que caen en las manos de quienes no las necesitan y en cambio a los autónomos, como él, no se les tiene en ninguna consideración. El arco mudéjar, en una de las puertas de entrada, es una maravilla. Sobre un alargado peñón aparece a lo lejos la capital del alto maestrazgo. En Cantavieja, que fue capital carlista con Cabrera, hay más movimiento. Un autocar de jubilados acaba de llegar y la encargada de la oficina turística les enseña el pueblo, por lo que no he podido ver el museo carlista. La muchacha atiende la oficina, el museo y hace de guía. Es la segunda vez que me pasa. Así que callejeo por la plaza porticada del ayuntamiento, aunque como en casi todas las poblaciones es imposible ver el interior de su iglesia gótica, cerrada.



         Lo mismo me ocurre en Iglesuela del Cid. Este curioso pueblo, es atravesado por dos riachuelo. En los márgenes de uno de ellos, en el centro del puebo, se cultivan los huertos. Hay huellas de iberos y romanos, del Cid que agrandó sus murallas y castillo, de moros, de templarios y carlistas. He planeado llegar a Vilafranca, también del Cid, el pueblo más grande de la zona, a la hora de comer. Me relamía con las buenas críticas de L'Escudella, según Google abierto, pero no ha sido así. Tampoco estaba abierto la Taverna del forn. Mala suerte, así que he tenido que comer donde lo hacen los camioneros: unas lentejas con arroz, muy secas y unas chuletas de cordero negras de tanta brasa, un lugar cuyo nombre mejor no recordar.


         Para la tarde he dejado Benasal, de vuelta en Castellón, otro de los pueblos marcados del Maestrat. El recorrido desde Vilafranca es un zigzagueo de curvas que se abren a profundos barrancos. Un paisaje bonito, espectacular, que la pesadez de la digestión me ha impedido apreciar como se merece. Conserva muralla y torres, arcos moros y casones medievales y un bello palacio, la Mola, actualmente museo del Baix Maestrat que tampoco he podido ver. Como todos los pueblos de la zona merece un reposado callejeo por el casco viejo restaurado.


        Y un hermosísimo puente que se me olvidaba, cuando es lo más singular que he visto en la jornada, el puente de La Puebla de Bellestar. De estilo gótico, el puente sobre el río de las truchas, las casas y la ermita de San Miguel forman un conjunto excepcional por el modo en que están construidos, en pedra al sec, es decir, piedra sin argamasa, aunque en las restauraciones ya no es así. En Vilafranca hay un museo expresamente dedicado a explicar esa técnica constructiva.

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