miércoles, 22 de febrero de 2017

Odres nuevos, formas cada vez más precisas




             Es imposible atrapar la variedad infinita de la realidad cambiante. Así que nos conformamos con grandes brochazos esquemáticos para hacernos una idea de las conexiones, de los lazos que nos unen a las cosas, de las reglas de preferencia por la compañía en lugar de por la soledad. Las ciencias físicas lo han tenido más fácil porque las variables que estudian parecen menores o más simples y sus conexiones más evidentes. En la mente de un hombre hay un universo entero. Incluso la literatura, la novela, que es la que más se ha acercado a desvelar el complejo mundo de los sentimientos, no ha pasado de fijar tipos reconocibles, caracteres que pretenden reducir la variabilidad. Tipos que no reflejan la realidad, sino ideales, modelos, que tienen más que ver con los deseos, los impulsos, las esperanzas o frustraciones que con los individuos concretos. Don Quijote, Madame Bovary, Molly Bloom: la novela ha ido acercándose lentamente a la concreción, sin conseguirlo del todo, porque son muchas más las diferencias que la línea de fuerza que ata una narración. La vida real no se deja reducir a tipologías. Cada individuo es un cosmos con respuestas siempre distintas a los estímulos del mundo. Aprendemos comportamientos comunes, asumimos ideas de la comunidad a la que pertenecemos, seguimos las reglas, pero no todos del mismo modo, los efectos sobre nuestros sentimientos y en la conformación de la personalidad son diferentes en cada uno de nosotros y también en los diferentes momentos de nuestra vida. 

               La novela, como la ciencia, ha ido adaptándose, creciendo en complejidad, siendo cada vez más precisa. No es lo mismo efecto de verdad, que efecto artístico, pero las obras de arte, la novela misma, son objetos que transmiten conocimiento. Cada época exige su forma de representación. La épica, el teatro, la novela, el cine. Todas terminan por agotar sus variantes, pero las nuevas formas heredan parte de los procedimientos antiguos. Es lo que está sucediendo con las series de televisión, mejor, series a secas, porque no sólo se ven en televisión. Ya tienen sus cimas, obras maestras. The Wire, Los Soprano, Dead Wood. Ahora mismo Rectify. Rectify ofrece lo que una buena novela no podía ofrecer, la posibilidad de que todos los personajes que aparecen sean complejos, una muestra amplia de la realidad, aunque como queda dicho la realidad es proteica y cambiante hasta el infinito. Lástima que tan poca gente la esté viendo. 200.000, he leído, en EE UU. Aunque siempre fue así, salvo excepciones, las obras maestras tardan en imponerse. El problema es que sus creadores pierdan el estímulo para seguir en la misma dirección y busquen complacer a la audiencia y por tanto alargar el tiempo necesario para encontrar una forma cada vez más precisa para conocernos mejor.

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