Quizá, como
asegura Steven Pinker, la segunda ley de la termodinámica sea la ley más
importante de la física, la tendencia de los sistemas cerrados a desestructurarse, a ir hacia el desorden. Nuestro cuerpo es un sistema cerrado. Lo comprobamos
individualmente en nuestras enfermedades y decadencia, en la fecha de caducidad
de nuestros cuerpos; lo comprobamos socialmente viendo que lo que creíamos
estable empieza a debilitarse y se desmorona. Es una percepción asentada que
trabaja inconscientemente en nuestro cerebro, y a veces salta a la conciencia.
En realidad, todo nuestro empeño vital consiste en poner orden en nuestras vidas, en luchar contra la desestructuración.
Nuestros padres nos orientan; la escuela, el Estado, las organizaciones civiles
velan para que tengamos un propósito, para que nuestra vida sea como una
flecha, cubriendo con un velo más o menos opaco nuestro destino final: la nada.
Dejada la vida que nos lleva a su albur se deshilacha. Sin suturas, los
desgarrones son una amenaza hacia el fin. Así, que procuramos construirnos en
torno a un sentido, un orden que asegure continuidad. La humanidad ha construido férreas estructuras de sentido
de duración milenaria. Ahí tenemos a la Iglesia Católica, a la organización
familiar, al Estado. Y con la misma pulsión trabaja el arte, tratando de atar
los hilos sueltos, de suturar el desgarrón. Nuestra pasión por los cuentos, por
las novelas y las películas, se debe al intento de tapar el agujero, de
organizar el desorden. Incluso la ciencia con sus predicciones razonadas,
sometidas a prueba, elegantemente descritas en demostraciones matemáticas
–fruto en realidad de momentos brevemente estables de la teoría- intenta
soslayar la deriva hacia el colapso.
“¿Por qué tanto asombro ante la segunda ley? La segunda ley define el propósito último de la vida, de la mente y del esfuerzo humano: el despliegue de energía e información para luchar contra la marea de la entropía y modelar refugios de orden benéfico. El infravalorar la tendencia inherente al desorden y el no saber valorar los valiosos nichos de orden que nos labramos son una causa importante de la locura humana”. (Steven Pinker)
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