lunes, 2 de enero de 2017

Más libros


            Qué se puede hacer sino leer. Así acabé el 16, así comienzo el 17. Todo el mundo sabe que leemos como sustituto de la vida. Recuerdo una respuesta, en una entrevista, de Sara Mesa: Empecé a escribir cuando dejé de vivir, decía más o menos Ella, tan joven. La familia real es uno de esos autores con nombradía entre unos pocos. William T. Wollmann. Ahora parece que se empieza a traducir. Lo hace con coraje José Luis Amores, desde su propia editorial, Pálido fuego, en la lejana Jaén. 1052 páginas grandes de letra menuda. Leo las primeras cincuenta. Es una escritura dinámica que favorece a los lectores ágiles e intrépidos. Diálogos y personajes cortantes, de serie negra. Podría empezar esa aventura, de leerlo al completo. El autor sabe escribir y sorprender, cuando es tan difícil hacerlo. Me recuerda un poco a Westworld, la serie, que estoy viendo. Crea expectativas, pero los lectores y espectadores somos inconstantes. Hoy todo el mundo te exige constancia y permanencia, desde las eléctricas y telefónicas hasta los canales de televisión de pago como Netflix o HBO: paga y ponte cómodo, pero suelta la pasta a fin de mes. Una forma de esclavitud moderna: deja de ser tú que yo te completo. Como volver a Sísifo, versión ocio.

            La Musa décima de José María Merino es, por el contrario, de escritura reposada que busca el molde clásico. Leída a continuación de Wollman, resulta decepcionantemente lenta. Busca un tipo de lector predigital, cuando en el buen tiempo leíamos, la espalda contra un chopo, junto al arroyo. Imbuido de la tradición y del español bien escrito. Leo otras cincuenta páginas, pero no consigue que eche el ancla. Tiene a su favor un tema que me atrae, el libro que habla de libros, las referencias clásicas, la invención de una genealogía literaria, literatura sobre literatura. Pero su lentitud me exaspera. Quizá en otro momento, en otra estación, con otro ánimo.

            El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu, no tiene la reposada escritura de Merino, ni la negra invención de Wollmann. No es un libro literario, pero la fama lo ha hecho grande: un autor que revoluciona la ciencia ficción, dicen. Las primeras veinte páginas no me entusiasman, me parece mucho peor que los otros dos, pero el tema me apasiona últimamente: ciencia, tecnología, futuro. La voy a dar una oportunidad.

            Y, mientras tanto, ¿qué hago con Las chicas, de Emma Cline?

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