viernes, 13 de enero de 2017

El tacto dormido



             En nuestra cultura visual, predominantemente visual, nos falta un momento revelador que nos devuelva la inocencia sensorial perdida, al menos en parte, algo parecido a lo que les sucedió a los parisinos hacia 1870, cuando el japonismo invadió Europa. Pantallas de televisión, ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, luces, colores fijos y en movimiento, todo es visual, a veces acompañado de sonidos más o menos armónicos. Los dedos corriendo nerviosos por las pantallas o las consolas son una extensión lenta e incómoda del imperio de los ojos, frías terminales nerviosas. También hay un vasto exceso de estimulaciones del gusto, algo menos del olor, pero prácticamente nada del tacto, al que se diría se ha confinado en los reductos vergonzosos de la soledad individual, desprovisto de cualquier contacto social. Los ricos coleccionistas parisinos de 1870 se vieron sorprendidos por pequeños bronces, lacas, biombos, túnicas de seda, diseñados para ser cobijados en las manos, cuya cualidad se apreciaba en el suave rozamiento de los dedos. Si el tacto está reprimido o hasta prohibido debemos recuperarlo en las primeras fases, como cuando un bebé comienza a tocar las cosas. El japonismo fue una revolución del gusto y una ampliación de la sensibilidad. Los pergaminos caligráficos, los bibelots de marfil, laca o madreperla, los netsuke, las boiseries, abrieron los ojos de los artistas y el tacto dormido de los coleccionistas. Manet, Degas, Renoir eras recolectores de piezas japonesas que les enseñaron una nueva sensibilidad, una nueva manera de representar las cosas con una nueva forma de trazar la perspectiva. Una sensibilidad que cambió la historia del arte. Pero los bellos objetos que en el pasado se hicieron para el placer del tacto posan hoy en las vitrinas de los museos inaccesibles al tocamiento.

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