Ilusión de Kitaoka |
"Nuestra
percepción de la realidad tiene menos que ver con lo que está pasando ahí
fuera, y más con lo que está pasando dentro de nuestro cerebro." (David
Eagleman).
Dos cosas
confundieron a los filósofos dispuestos a entender el mundo, la catalogación de
los libros dispersos de Aristóteles que llevó a cabo Andrónico de Rodas bajo el
nombre de Metafísica, aquello que va después de la física, y la caverna
platónica. Durante un tiempo, los epígonos de la filosofía clásica creyeron que
las cosas reales eran réplicas de un mundo perfecto, ideal, por encima del que
nos ofrecía la experiencia. Más tarde, que la verdad se encontraba en los
soliloquios de la mente frente a los datos contradictorios de los sentidos.
Ambos paradigmas murieron, pero aún perviven ampliamente bajo diferentes disfraces
con el mismo afán de negar u ocultar la realidad. Un dualismo que sigue dando
crédito a las formas ideales de representación del mundo. Nos resulta casi
imposible separar el sujeto de la experiencia –que cada uno encarnamos separadamente-
de los objetos autónomos que pueblan el mundo, incluidos nosotros mismos, superar
la brecha sujeto/objeto. Es paradigmático el color. Sabemos de él por nuestra
experiencia. Los colores son las sonrisas de la naturaleza (Leigh Hunt).
No podemos ver el mundo sin color, sabor u olor. Sin embargo, los científicos no
lo ven por ningún lado, ni alcanzan a explicarlo. Te sorprenderías, dice
David Eagleman, del silencio de la naturaleza, si pudieses percibirla tal como
es, en ella no hay sabor, olor ni color. Si existe una ciencia del color es
porque lo exige nuestra experiencia, no porque el instrumental científico lo
encuentre en las cosas, en los órganos de los sentidos o en el cerebro. El
color es una construcción del cerebro, reacciones a las longitudes de onda de la
luz de largo, medio o corto alcance. Lo mismo sucede con la conciencia. Sabemos
que existe. Experimentamos el dolor –igual que los animales, por cierto-,
hacemos cosas y al tiempo sabemos que las hacemos. Pero qué es la conciencia.
¿Es un estado mental, una cosa, un proceso? No lo sabemos. A todo lo más que
llegan los neurocientíficos es a decir que mientras experimentamos cosas áreas
del cerebro se encienden. Pero eso es decir nada sobre la conciencia. ¿Es
suficiente decir que hay iones que se cargan y descargan, que ponen en marcha
neurotransmisores, que activan respuestas en nuestro organismo? No podemos
hablar de la mente como algo separado porque nos devolvería a un mundo acabado,
el del espíritu, el del alma. La ciencia moderna trabaja con la idea de la
continuidad natural. El cuerpo es uno, como lo es la naturaleza. No hay
separación sujeto/objeto. Del Ser en el mundo heideggeriano al Ser
mundo, sin más. Esa idea está en el origen de los asombrosos
descubrimientos de las últimas décadas. Pero la conciencia se nos escapa. Cómo
se produce el salto del hacer al experimentar. De dónde procede ese sentirse
vivo que yo ahora mismo experimento mientras escribo y tú mientras me lees.
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