lunes, 26 de diciembre de 2016

Ser mundo

             
Ilusión de Kitaoka

              "Nuestra percepción de la realidad tiene menos que ver con lo que está pasando ahí fuera, y más con lo que está pasando dentro de nuestro cerebro." (David Eagleman).


            Dos cosas confundieron a los filósofos dispuestos a entender el mundo, la catalogación de los libros dispersos de Aristóteles que llevó a cabo Andrónico de Rodas bajo el nombre de Metafísica, aquello que va después de la física, y la caverna platónica. Durante un tiempo, los epígonos de la filosofía clásica creyeron que las cosas reales eran réplicas de un mundo perfecto, ideal, por encima del que nos ofrecía la experiencia. Más tarde, que la verdad se encontraba en los soliloquios de la mente frente a los datos contradictorios de los sentidos. Ambos paradigmas murieron, pero aún perviven ampliamente bajo diferentes disfraces con el mismo afán de negar u ocultar la realidad. Un dualismo que sigue dando crédito a las formas ideales de representación del mundo. Nos resulta casi imposible separar el sujeto de la experiencia –que cada uno encarnamos separadamente- de los objetos autónomos que pueblan el mundo, incluidos nosotros mismos, superar la brecha sujeto/objeto. Es paradigmático el color. Sabemos de él por nuestra experiencia. Los colores son las sonrisas de la naturaleza (Leigh Hunt). No podemos ver el mundo sin color, sabor u olor. Sin embargo, los científicos no lo ven por ningún lado, ni alcanzan a explicarlo. Te sorprenderías, dice David Eagleman, del silencio de la naturaleza, si pudieses percibirla tal como es, en ella no hay sabor, olor ni color. Si existe una ciencia del color es porque lo exige nuestra experiencia, no porque el instrumental científico lo encuentre en las cosas, en los órganos de los sentidos o en el cerebro. El color es una construcción del cerebro, reacciones a las longitudes de onda de la luz de largo, medio o corto alcance. Lo mismo sucede con la conciencia. Sabemos que existe. Experimentamos el dolor –igual que los animales, por cierto-, hacemos cosas y al tiempo sabemos que las hacemos. Pero qué es la conciencia. ¿Es un estado mental, una cosa, un proceso? No lo sabemos. A todo lo más que llegan los neurocientíficos es a decir que mientras experimentamos cosas áreas del cerebro se encienden. Pero eso es decir nada sobre la conciencia. ¿Es suficiente decir que hay iones que se cargan y descargan, que ponen en marcha neurotransmisores, que activan respuestas en nuestro organismo? No podemos hablar de la mente como algo separado porque nos devolvería a un mundo acabado, el del espíritu, el del alma. La ciencia moderna trabaja con la idea de la continuidad natural. El cuerpo es uno, como lo es la naturaleza. No hay separación sujeto/objeto. Del Ser en el mundo heideggeriano al Ser mundo, sin más. Esa idea está en el origen de los asombrosos descubrimientos de las últimas décadas. Pero la conciencia se nos escapa. Cómo se produce el salto del hacer al experimentar. De dónde procede ese sentirse vivo que yo ahora mismo experimento mientras escribo y tú mientras me lees.

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