martes, 13 de diciembre de 2016

Juli


   Cuando uno muere cesan los deberes, sobre todo los autoimpuestos. ¿Hay otros? Y con ello la autoconciencia se desvanece. El mundo deja de tener sentido, porque el hombre que lo construía y lo sustentaba ya no está. Quizá la conciencia no sea más que un grado en la progresiva complejidad  neuronal, pero la muerte es una catástrofe, al menos temporal, pues trunca el empeño de la vida por perseverar. Pero no cesan los derechos, mientras permanezca el nombre del que ha muerto en la memoria de las gentes. Concentrados todos en uno, la dignidad. Qué sentido tendría el mundo sin autoconciencia. Qué sentido tiene la vida sin dignidad. Pero así como la conciencia nos llega sin voluntad, ser hombres enteros es un frágil acuerdo que nos ganamos y nos conceden nuestros semejantes. Aunque manchar a un muerto no lo rebaja tanto a él como a quienes lo insultan con mala conciencia. Juli fue un hombre recto que cumplió con sus deberes. Fue profesor en tiempos difíciles, cuando las cosas cambian a peor y a mejor, como siempre cambian las cosas. Es el hombre recto el que indica con su manera de hacer las cosas el mejor de los caminos. Cuando uno muere traspasa los deberes a los vivos. ¿Qué hice yo con él, fui digno, respete su dignidad?

     Todo lo demás es humo. Las cosas acumuladas, las ideas defendidas con pasión, los honores buscados. Ilusiones, desperdicios, basura que aminora el flujo y la intensidad de la vida. La vida que se hace nada mientras estamos distraídos en naderías.

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