Dos
películas dobles. Cada una tiene dentro una buena película y otra mala. En el
caso de Animales Nocturnos, nítidamente separadas, o sea, que sólo la
ambición del director, Tom Ford, o su torpeza, que viene a ser lo mismo –no se
ambiciona impunemente-, acaba por desbaratar un buen proyecto. La película se
abre con unas imágenes impactantes: una serie de mujeres gordas, muy gordas y
desnudas, al estilo de Fernando Botero, se exhiben en una galería de arte. ¿Es
esta la peli?, pregunta incrédula la mujer de la butaca de al lado. Fulgor
y lujo en la muestra, en el museo, en la subsiguiente fiesta, que podrían
indicar el éxito de la galerista, Amy Adams, pero que en realidad es el subidón
que indica su decadencia. Ese es el inicio de la parte de la película rodada de
forma desangelada al estilo de las pelis para televisión: vacía, sin nervio,
con los actores sin saber qué cara poner porque no tienen nada verdadero que contar.
Nada que ver esta Amy Adams con la Amy Adams de La llegada. Pero, como
digo, hay una buena película dentro de Animales Nocturnos: la galerista acaba
de recibir una copia de la novela que su antiguo marido ha escrito. Mientras su
actual marido la abandona por una chica más joven y guapa, tras la fiesta posterior
a la inauguración de la exposición, en la cama, la galerista la lee. Mientras
lee, el espectador ve esa novela convertida en imágenes. Creemos, por las
emociones que vive la lectora, que es el relato de lo que vivió con su antiguo
marido. Pero no es exactamente así. En un viaje por carretera, marido, mujer e
hija son asaltados por tres hombres. Entonces, comienza una noche de horror. En
seguida se ve la deuda con Perros de paja de Sam Peckinpah, con un Jake
Gyllenhaal algo mustio en el lugar de Dustin Hoffman. Luego aparecerá un singular
detective, magníficamente interpretado por Michael Shannon, y la persecución de
los malhechores. Lástima que Tom Ford no se haya decidido por esta única y
verdadera historia porque todo lo demás es un largo y tedioso pegote.
Morgan
También
detrás de Morgan hay un referente o, mejor, un mito peliculero: El
doctor Frankenstein. Aquí es una especie de Nexus, por nombrar al personaje
cibernético de otra cumbre del género, un ente fruto de la bioquímica y la
tecnología, Morgan. Como en la primera, la criatura se les escapará de las
manos a sus creadores, un doctor y una doctora a quienes Morgan tomará por sus
padres y de quienes se vengará. Como recreación del mito es interesante aunque
con menos variaciones con respecto al original de las que cabría esperar. Sin
embargo, expuesto el asunto y desatada la acción, los guionistas y el director
se quedan sin imaginación y convierten la peli en una especie de thriller de
terror muy, muy convencional. Sólo se salva el personaje que crea Anya
Taylor-Joy, intrigante, frío, vacío de humanidad pero ansioso, como en el caso
del monstruo de Frankenstein y de Nexus, por poseerla.
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