miércoles, 28 de diciembre de 2016

American Crime Story: The People v. O.J. Simpson

           

            El tribalismo, la fidelidad a la comunidad, viene de lejos, como la propagación de sus creencias y la fe en ellas. Es ahora cuando nos estamos espulgando, por decirlo así, y, por ello, cuando resulta más llamativa la vuelta a la identidad colectiva y a los sacrificios racionales que esta exige. Las sociedades se laicizan, pero algunos grupos se reafirman de modo agresivo y, algunos movimientos políticos, ven la afirmación de la identidad como un valor. 2016 nos ha traído ese desconcierto. Una buena muestra de que la cosa viene de atrás puede hallarse en una serie de una sola temporada (10 episodios), American Crime Story: The People v. O.J. Simpson, que, aunque producida en este año que acaba, remite a unos sucesos que ocurrieron a principios de los noventa del siglo pasado. El asesinato de la ex mujer de O.J. Simpson, y de su acompañante, y el juicio que le siguió conmocionó a la audiencia norteamericana y la dividió en dos.

            El juicio que debía haber servido para valorar las innumerables pruebas aportadas por la fiscalía contra el famoso ex jugador de fútbol americano se convirtió en un alegato contra la policía y las instituciones de California por la secular discriminación racial. Es decir se convirtió en un juicio político, gracias a la habilidad de los abogados de la defensa. Mientras la fiscalía se atenía a la objetividad de las pruebas, los rastros de sangre, la presencia del coche y diferentes objetos de Simpson en el lugar del crimen, probando fehacientemente su culpabilidad, la defensa no trató en ningún momento de destruir la fiabilidad de esas pruebas sino la de construir una narración alternativa que influyese en el ánimo del jurado: la confabulación de la policía para fabricar pruebas, el racismo que uno de los policías mostró en el pasado, la discriminación de las instituciones regidas por blancos. La defensa, contra la buena fe de la fiscalía –tal, al menos como se presenta en la serie-, hizo lo posible para que los jurados fuesen en su mayoría negros.


            Desde el principio sabemos cómo acabó la historia (porque la recordamos o porque basta con un vistazo a la Wikipedia para enterarse), O.J. Simpson salió absuelto por diez votos contra dos, pero eso no la hace menos interesante. No importaban la inocencia o culpabilidad de Simpson, porque el gran espectáculo que se montó durante 134 días, con todas las cadenas de tv pendientes de lo que sucedía en la sala del juzgado, en las conferencias de prensa y en el pasado de los protagonistas, no tenía que ver con la justicia sino con otra cosa, con la vida privada (y el peinado) de la fiscal, con las disputas entre los abogados de la defensa, con la honestidad de la policía, con el racismo, fundamentalmente. La serie, interpretada por muy buenos actores, reconstruye el clima irracional, identitario, que se fue creando en la comunidad negra a favor del famoso deportista, que habría sido objeto de una conspiración en su contra. No hay un único punto de vista, los personajes más importantes de la trama aparecen en su complejidad, con sus aciertos y errores, con sus dudas, con sus exaltaciones y hundimientos. El gran qué de la serie es la capacidad de mantener el suspense aunque todos conozcamos el final.

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