Comienzan
el desfile de estrenos de películas premiadas. Yo, Daniel Blake es una
de ellas. En Cannes. Una decepción. Esperaba mucho más. Es una historia que hay que
contar, claro que sí. La estupidez burocrática, el hombre enfrentado a la rutina deshumanizada del funcionario. Daniel Blake es un hombre
al que, tras un infarto, los médicos aconsejan que no trabaje, pero los
burócratas del sistema de salud le dicen que está en disposición de trabajar y que, si de momento no lo puede hacer, debe solicitar una ayuda temporal, pero las
pegas que le ponen son tantas que es casi imposible conseguirla, así que queda
en el limbo, no puede trabajar y no recibe ayuda alguna. La historia se cruza
con otra de una mujer con dos hijos a la que echan de su piso en Londres y ha de encontrar
otro en otra ciudad, sin trabajo. Vida real y lágrimas. El problema
de la peli es que levanta una ficción que sigue paso a paso lo que sucede en la vida
real. Historias que piden la exactitud del documental. Los documentales lo
cuentan mejor, son más precisos, la técnica se ha depurado hasta hacer innecesaria la verosimilitud. Esas historias llevan consigo tal dramatismo que no es necesario ficcionarlas, porque al hacerlo se desnaturalizan. Estamos en una época de
grandes documentales. Creo que, convertidas en ficción, pierden fuerza y las
lágrimas que se le exigen al espectador sobran, le confortan, hacen que la
conciencia del drama se disuelva a la puerta del cine.
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