miércoles, 2 de noviembre de 2016

Yo, Daniel Blake




            Comienzan el desfile de estrenos de películas premiadas. Yo, Daniel Blake es una de ellas. En Cannes. Una decepción. Esperaba mucho más. Es una historia que hay que contar, claro que sí. La estupidez burocrática, el hombre enfrentado a la rutina deshumanizada del funcionario. Daniel Blake es un hombre al que, tras un infarto, los médicos aconsejan que no trabaje, pero los burócratas del sistema de salud le dicen que está en disposición de trabajar y que, si de momento no lo puede hacer, debe solicitar una ayuda temporal, pero las pegas que le ponen son tantas que es casi imposible conseguirla, así que queda en el limbo, no puede trabajar y no recibe ayuda alguna. La historia se cruza con otra de una mujer con dos hijos a la que echan de su piso en Londres y ha de encontrar otro en otra ciudad, sin trabajo. Vida real y lágrimas. El problema de la peli es que levanta una ficción que sigue paso a paso lo que sucede en la vida real. Historias que piden la exactitud del documental. Los documentales lo cuentan mejor, son más precisos, la técnica se ha depurado hasta hacer innecesaria la verosimilitud. Esas historias llevan consigo tal dramatismo que no es necesario ficcionarlas, porque al hacerlo se desnaturalizan. Estamos en una época de grandes documentales. Creo que, convertidas en ficción, pierden fuerza y las lágrimas que se le exigen al espectador sobran, le confortan, hacen que la conciencia del drama se disuelva a la puerta del cine.

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