jueves, 3 de noviembre de 2016

Fragilidad


            Esperamos que suceda algo, que en su monótono discurrir el tiempo reviente sus costuras y dé paso a la irrupción. ¿De qué? De la mujer que el hombre lleva toda su vida esperando, del hombre fuerte que ella desea. Una promesa que se frustra fácilmente. ¿Y de qué más? De que del cielo caigan goterones de sentido y se mantengan en suspensión. De hecho, sucede a menudo que el tiempo se rompe y hace que un instante inadvertido se prolongue hasta el límite de nuestra capacidad de aguante. Porque no estamos hechos para vivir indefinidamente en suspensión. Pero sin ella perderíamos la autoconciencia o esta se desbarataría y retornaríamos al mundo inorgánico del que procedemos. Humanidad significa sentido.

            Es el contrapeso de nuestra fragilidad. La especie perdura, pero cada una de sus criaturas es un junco a punto de ser arrancado del arroyo. Frágiles ante las calamidades que nos amenazan: clima, infecciones víricas, contaminación química, sequía, extinción, amenazas telúricas o cósmicas, constitutivamente frágiles con la inexorable muerte en el horizonte, sin olvidar los males que creemos haber dejado atrás, pero que una parte de la humanidad padece: la guerra, la expulsión del propio hogar, el obligado salto del mar para sobrevivir en campos gestionados por la compasión.

            Así que construimos espacios permanentes de ilusión, creencias superpuestas a la morfología continental, naciones, pueblos, iglesias, supersticiones, un estado atmosférico de conciencia que nos hace levitar sobre nuestra fragilidad.

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