Vi entera
la primera temporada de Mr. Robot. El punto de partida tenía su
atractivo. Una trama de redes informáticas inteligentes y un joven programador solitario
metido en un mundo virtual donde realidad y ficción se confunden. Ayer intenté
ver el primer episodio de la segunda temporada. Aguanté unos quince minutos.
¿Qué hago yo viendo una serie juvenil como esta, cuyo espesor dramático no va
más allá de la estructura química del grafeno? Una vez desvelado el meollo de
la personalidad misantrópica del protagonista, todo se repite. Contemplar la
realidad como una gran conspiración tiene atractivo la primera vez, luego, cunde
el aburrimiento. Algo parecido me ha ocurrido con Stranger Things. ¿Cómo
hay tanta gente elogiándola? He visto tres episodios. Mi conclusión: esta no es
una serie juvenil, es infantil, no porque los protas sean niños, sino porque
está concebida para mentes que se quedaron trabadas en el patio de primaria. Y si
remite a la ficción de los ochenta, no es a la mejor ficción sino a la
infantiloide que en aquella época despreciábamos por tal. ¿Y Juego de Tronos?
No he sido capaz de llegar al final del primer episodio de la sexta temporada. Mi
único acercamiento a la serie. Creo que esta no es infantil ni juvenil, simplemente
está dirigida a mentes que eluden el volumen, la trimensionalidad, el espesor
de la percepción y el pensamiento. Pretenciosa sería una palabra inadecuada,
porque da por supuesto que tiene metas, problemas, dilemas que alcanzar o abrillantar.
Es una propuesta -¿es esa la palabra?- que se acomodaría a la etapa inicial en
el aprendizaje de una lengua. Balbuceante. En la imagen, es tan retórica como
un videojuego; en el guión, es como el primer cuento infantil que le contamos a
nuestro hijo para que duerma. Da nombre –y decorado y escenografía y
vestimenta- a cosas, personajes, situaciones, rangos, categorías, igual que
hacen los niños cuando están aprendiendo. ¿Cómo triunfa tanto?, ¿cómo hay tanto
adulto hablando de ella?, ¿cómo es que hay personajes públicos que la utilizan
como símbolo o emblema? No es extraño. Siempre ha existido un abismo entre la
cultura popular y Hegel. En esta época ese abismo se ha ensanchado. La cultura
popular se degrada desplazándose hacia lo infantil. Por el contrario, el pensamiento
y la ciencia llegan a cotas inimaginables hace pocos años. El peligro es la
idiotización -¿voluntaria?- de amplias capas de la sociedad. Gente cada vez más
inteligente, con acceso a un nivel de vida cultural cada vez más exquisito y gente
–una amplísima población- que se acomoda a lo poco, a lo simple, a una
bidimensionalidad de la vida y el pensamiento impropia de nuestra época.
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