lunes, 7 de noviembre de 2016

Series e infantilismo




            Vi entera la primera temporada de Mr. Robot. El punto de partida tenía su atractivo. Una trama de redes informáticas inteligentes y un joven programador solitario metido en un mundo virtual donde realidad y ficción se confunden. Ayer intenté ver el primer episodio de la segunda temporada. Aguanté unos quince minutos. ¿Qué hago yo viendo una serie juvenil como esta, cuyo espesor dramático no va más allá de la estructura química del grafeno? Una vez desvelado el meollo de la personalidad misantrópica del protagonista, todo se repite. Contemplar la realidad como una gran conspiración tiene atractivo la primera vez, luego, cunde el aburrimiento. Algo parecido me ha ocurrido con Stranger Things. ¿Cómo hay tanta gente elogiándola? He visto tres episodios. Mi conclusión: esta no es una serie juvenil, es infantil, no porque los protas sean niños, sino porque está concebida para mentes que se quedaron trabadas en el patio de primaria. Y si remite a la ficción de los ochenta, no es a la mejor ficción sino a la infantiloide que en aquella época despreciábamos por tal. ¿Y Juego de Tronos? No he sido capaz de llegar al final del primer episodio de la sexta temporada. Mi único acercamiento a la serie. Creo que esta no es infantil ni juvenil, simplemente está dirigida a mentes que eluden el volumen, la trimensionalidad, el espesor de la percepción y el pensamiento. Pretenciosa sería una palabra inadecuada, porque da por supuesto que tiene metas, problemas, dilemas que alcanzar o abrillantar. Es una propuesta -¿es esa la palabra?- que se acomodaría a la etapa inicial en el aprendizaje de una lengua. Balbuceante. En la imagen, es tan retórica como un videojuego; en el guión, es como el primer cuento infantil que le contamos a nuestro hijo para que duerma. Da nombre –y decorado y escenografía y vestimenta- a cosas, personajes, situaciones, rangos, categorías, igual que hacen los niños cuando están aprendiendo. ¿Cómo triunfa tanto?, ¿cómo hay tanto adulto hablando de ella?, ¿cómo es que hay personajes públicos que la utilizan como símbolo o emblema? No es extraño. Siempre ha existido un abismo entre la cultura popular y Hegel. En esta época ese abismo se ha ensanchado. La cultura popular se degrada desplazándose hacia lo infantil. Por el contrario, el pensamiento y la ciencia llegan a cotas inimaginables hace pocos años. El peligro es la idiotización -¿voluntaria?- de amplias capas de la sociedad. Gente cada vez más inteligente, con acceso a un nivel de vida cultural cada vez más exquisito y gente –una amplísima población- que se acomoda a lo poco, a lo simple, a una bidimensionalidad de la vida y el pensamiento impropia de nuestra época.

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