miércoles, 23 de noviembre de 2016

Emilia Pardo Bazán: Memorias de un solterón


            Emilia Pardo Bazán, mujer inteligente, con dominio del lenguaje y de la literatura de su tiempo, de un XIX que literariamente nos parece muy lejano. Casi la mitad del libro es insufrible, un estilo plomizo, lleno de adjetivos, de subordinaciones, de una retórica que hace más de un siglo que pasó de moda. Es imposible que un lector actual lea todas esas páginas con gusto. Lo normal es que en algún momento de la lectura se canse y arroje el libro a la papelera y con él a su autora. Equivocándose. Si tiene algo de paciencia, verá cómo la narración va cobrando vida y el personaje central, Mauro Pareja, el narrador que escribe las improbables memorias del título se convierte en personaje real, un hombre que alardea de su soltería pero que, justo por ello, acaba cayendo en las garras del amor y de los celos. La historia nos suena a novela de aquel tiempo: un padre viudo, Benito Neira, al cuidado de muchas hijas en edad de merecer, como entonces se decía, y unos cuantos moscardones al acecho para dar cuenta del botín. Salones donde la burguesía de entonces pasaba las tardes, especuladores, prestamistas, gobernadores, maldicientes, entrometidos y curiosos. Y como contrapunto un obrero, un socialista, el compañero Sobrado, fruto de la aventura del prestamista con una cigarrera. Ahí da lo mejor de sí Pardo Bazán: pinta un cuadro de época, de acuerdo con una estética naturalista tamizada por el buen gusto, donde la psicología de los personajes, bien dibujados, se mezclan con las agudas diferencias de clase y la hipocresía social de una pequeña ciudad del norte, esa Marineda de la novela que era La Coruña donde la autora había nacido.

            En la segunda parte de Memorias de un solterón (1896), pues, la retórica deja paso al fino análisis psicológico y social, especialmente en el personaje de Feíta -diminutivo de Fe-, hija de Benito Neira, ejemplo de la mujer liberal de entonces, mujer de mucho leer, con intención de valerse por sí misma y voluntad de no casarse para no depender de ningún hombre, de la que el protagonista se enamora y encela, y que podría ser contrafigura de Emilia Pardo Bazán. El resto de los personajes son más planos, más caricaturescos: Rosa y Argos, hermanas mayores de Feíta, a la busca de un hombre que las mantenga; Baltasar Sobrado y Luís Mejía, prestamista sin escrúpulos el primero, gobernador rijoso e inmoral el segundo; el compañero, figura del socialista que entonces aparecía en la historia del país.

            Es una novela, como digo desigual, pero si podemos saltarnos las muchas páginas dedicadas a defender el imposible, por poco creíble, estado del solterón a gusto y pasamos las páginas, leeremos algunos pasajes muy notables, como la cinematográfica escena del baile del final del capítulo IV: una mujer que desea al hombre que baila con otra, desdeñada y por amor propio, acepta bailar con otro en el que ve un estado de ánimo propicio, le pide la mano, se casan y tienen hijos, pero el amor no está en ese hogar sino que vuela por la ventana a la casa del otro hombre. O como la penúltima escena, también cinematográfica, en la que el padre Benicio Neira resuelve su honor mancillado descolgando un florete de la panoplia del odioso gobernador. Son pasajes intensos, con buen pulso narrativo, que indican que con mayor cuidado, Doña Emilia, liberándose del empeño de escribir una novela por año, podría haber sido mucho mejor novelista de lo que fue, alcanzando, quizá, a su amado Galdós.


            Se puede considerar a Emilia Pardo Bazán como la primera feminista de España, o una de las primeras, aunque las consecuencias de esa posición ideológica se encuentran mejor en la vida de la autora, también en sus artículos y ensayos, que en las novelas que escribió, que son más pacatas, como es el caso de la resolución del conflicto en Memorias de un solterón, donde Feíta pasa de ser una mujer libre, “extravagante, extraordinaria y ridícula” a la esposa ideal.

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