martes, 29 de noviembre de 2016

La llegada

            

            La parte más endeble del guión es dar validez a la vieja y desacreditada teoría de Saphir/Wolf que sostenía que el aprendizaje de una lengua nueva modifica de tal modo el cerebro que la visión del mundo del nuevo hablante cambia. Por lo demás, es ingeniosa la idea de que el idioma de los heptápodos extraterrestres, con quienes los humanos de doce países diferentes –allí donde han llegado las doce naves- tienen que hablar para intentar saber cuál es su propósito al llegar a la tierra, es un idioma palindrómico, que se escribe igual hacia delante y hacia atrás y que por ello su visión del tiempo es diferente de la nuestra, de tal modo que el pasado y el futuro se encuentran y se ven al mismo tiempo. Esa idea construye la trama y da resolución al misterio. Menos ingenioso, más sentimental, por más visto, es que los heptápodos no vienen para invadirnos sino para darnos otra oportunidad de entendernos entre nosotros, de hablar con una sola voz, como la humanidad que vive en el planeta de todos, porque nos va la vida en ello.           

            De todos modos, la película es enorme, bella, absorbente, atrapado el espectador en la emoción pausada pero intensa de Amy Adams por descubrir el lenguaje de esos seres, extraños pero reconocibles, grandes pero tiernos, y por saber, en segundo lugar, qué quieren. Como defiende Frank Wilczek (El mundo como obra de arte), descubrimos la belleza en la pasión por el conocimiento, ¿Son la misma cosa? Esta peli parece defender esa tesis.

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