Me gustó el
primer disco que conocí de Dulce Pontes. Me pareció original, diferente, una
voz poderosa, bien modulada. Lágrimas,
y después O Primeiro Canto,
en los que renovaba el fado, al que añadía otras músicas de la península. Los
escuché repetidamente, en el coche sobre todo. Ahora vuelvo a ella, inducido
por el recuerdo. Sala grande, juegos de luces, acústica poderosa. Pero la voz
ya no está desnuda. Viene con acompañamiento excesivo, y distorsionada por el
volumen de los cachivaches electrónicos. Además amplía su repertorio hasta límites
inimaginables, desde La Boheme de Aznavour hasta el Concierto de Aranjuez. Otra decepción
más. Comprendo que los discos ya no rinden como antes y que los artistas tienen
que comer. Me gustaría escucharla en un local pequeño, con mínimo
acompañamiento y a voz suelta, si eso fuese posible.
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