Black
Mirror es una serie con 13 capítulos en tres temporadas. De origen inglés, se
ha hecho con ella Netflix para darle un nuevo aliento. El tema general es la
invasión de nuestras vidas por la tecnología digital y su efecto perturbador. Cada capítulo es independiente, con asunto y personajes
diferentes. Es desigual, con grandes hallazgos y con capítulos más rutinarios.
Para mi gusto, los más llamativos son el primer y el último capítulo, tal como
yo los he visto. El primero, por el planteamiento: el primer ministro británico, chantajeado
por un artista secuestrador, se ve obligado a encular a un cerdo en vivo ante
las cámaras de televisión. El último, el que me he reservado para el final, White
Christmas, con Jon Hamm (Mad Men) de prota, es el más trabajado, con un
guión más elaborado y más complejo donde se juega con un futuro en el que
realidad y ficción, personas reales y clones, se confunden. Por el medio, los
protagonistas se enfrentan a la ira, y a la muerte que induce ese sentimiento
en las redes sociales; a los implantes cerebrales; a la posibilidad de superar
el envejecimiento y la muerte en un mundo feliz; a un juego virtual que sucede
en el interior del propio cerebro; a un mundo en el que estatus depende de los me
gusta que la gente pone sobre ti; a la vida duplicada en un avatar que
depende de las cosas que se han de hacer para destacar en una vida televisada; a
la pesadilla de recordarlo todo, gracias a las nuevas posibilidades de
almacenamiento y cómo eso influye en nuestra relación de pareja, que puede
bucear en el pasado que queremos olvidar y, en uno de los episodios más
notables, la inquietante posibilidad de reconstruir con materiales nuevos, gracias
al big data, al hombre que quisimos antes de que muriese en accidente de
tráfico y seguir viviendo con él a pesar de que esté muerto.
Estos días,
atento a la actualidad, he visto episodios
de vida que remitían a la imaginación de los guionistas de Black Mirror:
el tratamiento emocional de las muertes recientes, Rita, Fidel; la cháchara
posverdad de Trump e Iglesias; la humanidad atrapada varios días en el Black
Friday; el mundo virtual en que siguen viviendo los vecinos de Alsasua. Hay
unos episodios que flojean más que otros, unos con mejor producción y otros con
mejores intérpretes, pero no podemos decir que lo que cuentan sea fantástico,
porque ya sucede ante nuestros ojos. Un halo pesimista recorre todos ellos,
como si en el mundo que nos espera nada fuese a ir mejor que en este.
Otra realidad virtual, muy vieja.
Fidel
Castro: ¡Camaradas, la opresión capitalista ha finalizado! A partir de hoy
será el pueblo el que mande, dejará de haber explotadores y especuladores
financieros, se nacionalizarán las empresas y dejarán de existir los paraísos
fiscales.
A su triste
memoria: Sobre una tumba, una rumba.
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