“Lo
que dijo Rilke: La obra artística siempre es el resultado de haber estado en
peligro, de haber llegado hasta el final en una experiencia, hasta donde ya
nadie puede ir más lejos”.
Pensamos
que la vida es un continuo, pero no lo es. Hay un principio y un final, pero
caminamos en trazos discontinuos. Momentos de intensidad y largos tiempos
muertos, pequeños actos sin trascendencia y decisiones que marcan el rumbo.
Pero necesitamos hacer de nuestra vida una narración o eso creemos cuando
miramos hacia atrás o cuando nos ponemos metas. Si alguien me pidiese qué libro
leer ahora, le diría que este. Solo tengo elogios para él, un libro de una
escritora americana, lo más alejado de la Gran Novela Americana con la que
sueñan o soñaron Safran Foer o Foster Wallace o cualquier escritor americano
que se precie, no el desbordamiento sino la contención. Jenny Offil cuenta una
historia, pero fragmentada, intentando imitar en su escritura la discontinuidad
de la vida. En el curso de la lectura se va viendo el dibujo resultante como
cuando se monta un puzzle o como cuando siguiendo una línea de puntos acabamos
trazando el perfil de un zorro. Los nombres son genéricos: la esposa, el
marido, el cuasiastronauta, el filósofo, la hija, la hermana. Los sucesos,
pinceladas de vida, un gesto del cuerpo, un plato sobre la mesa, el nombre de
un hotel, un desvío en una carretera. Y frases que dijeron hombres de letras, exactas
o ficticias, Dickinson, Rilke, Berryman, Einstein, Freud. Frases exentas,
aisladas de su contexto, pero que hacen de mojones del relato, añaden
significado a los sucesos que no parecen decir nada. También observaciones de
la naturaleza, nombres de pájaros, el dorso erizado de luz en un cachorro, el
mensaje en un disco de oro de la Voyager 2.
El libro se
leería de un tirón, apenas 170 páginas de pequeños párrafos, pero yo lo he
llevado en el bolsillo trasero derecho de mis vaqueros durante dos semanas. Lo
he leído en el tren y en los pasos de cebra a la espera de que cambiase el
semáforo. Lectura discontinua, pues, que es lo que aconseja su estructura. He
enviado alguna de las citas de hombres ilustres por whatsapp a algunos amigos.
He escrito alguna de las cosas que el libro me iba incitando. Bajo la levedad
del relato está la vida trágica que nos acompaña, las rupturas que nos
desgarran. Aquí, un matrimonio, un adulterio, una separación, un intento de
arreglarlo. El dolor y los chispazos de luz que nos encienden. La vida.
Pero el
libro no valdría nada si la autora no hubiese conseguido la poesía que el
lector encuentra en cada párrafo. He vuelto al principio y he tenido la
impresión de que lo comenzaba de nuevo.
“Aquel
chico era tan guapo que lo miraba mientras dormía. Si tuviera que resumir lo
que hizo conmigo, diría lo siguiente: hizo que yo me pusiera a cantar todas las
canciones malas que sonaban en la radio. Mientras me quiso y cuando dejó de
hacerlo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario