viernes, 25 de noviembre de 2016

Departamento de especulaciones, de Jenny Offill

        


     “Lo que dijo Rilke: La obra artística siempre es el resultado de haber estado en peligro, de haber llegado hasta el final en una experiencia, hasta donde ya nadie puede ir más lejos”.

            Pensamos que la vida es un continuo, pero no lo es. Hay un principio y un final, pero caminamos en trazos discontinuos. Momentos de intensidad y largos tiempos muertos, pequeños actos sin trascendencia y decisiones que marcan el rumbo. Pero necesitamos hacer de nuestra vida una narración o eso creemos cuando miramos hacia atrás o cuando nos ponemos metas. Si alguien me pidiese qué libro leer ahora, le diría que este. Solo tengo elogios para él, un libro de una escritora americana, lo más alejado de la Gran Novela Americana con la que sueñan o soñaron Safran Foer o Foster Wallace o cualquier escritor americano que se precie, no el desbordamiento sino la contención. Jenny Offil cuenta una historia, pero fragmentada, intentando imitar en su escritura la discontinuidad de la vida. En el curso de la lectura se va viendo el dibujo resultante como cuando se monta un puzzle o como cuando siguiendo una línea de puntos acabamos trazando el perfil de un zorro. Los nombres son genéricos: la esposa, el marido, el cuasiastronauta, el filósofo, la hija, la hermana. Los sucesos, pinceladas de vida, un gesto del cuerpo, un plato sobre la mesa, el nombre de un hotel, un desvío en una carretera. Y frases que dijeron hombres de letras, exactas o ficticias, Dickinson, Rilke, Berryman, Einstein, Freud. Frases exentas, aisladas de su contexto, pero que hacen de mojones del relato, añaden significado a los sucesos que no parecen decir nada. También observaciones de la naturaleza, nombres de pájaros, el dorso erizado de luz en un cachorro, el mensaje en un disco de oro de la Voyager 2.

            El libro se leería de un tirón, apenas 170 páginas de pequeños párrafos, pero yo lo he llevado en el bolsillo trasero derecho de mis vaqueros durante dos semanas. Lo he leído en el tren y en los pasos de cebra a la espera de que cambiase el semáforo. Lectura discontinua, pues, que es lo que aconseja su estructura. He enviado alguna de las citas de hombres ilustres por whatsapp a algunos amigos. He escrito alguna de las cosas que el libro me iba incitando. Bajo la levedad del relato está la vida trágica que nos acompaña, las rupturas que nos desgarran. Aquí, un matrimonio, un adulterio, una separación, un intento de arreglarlo. El dolor y los chispazos de luz que nos encienden. La vida.

            Pero el libro no valdría nada si la autora no hubiese conseguido la poesía que el lector encuentra en cada párrafo. He vuelto al principio y he tenido la impresión de que lo comenzaba de nuevo.


         “Aquel chico era tan guapo que lo miraba mientras dormía. Si tuviera que resumir lo que hizo conmigo, diría lo siguiente: hizo que yo me pusiera a cantar todas las canciones malas que sonaban en la radio. Mientras me quiso y cuando dejó de hacerlo”.

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