viernes, 21 de octubre de 2016

Día 26


   He visto una chispa de alegría en su reconocimiento. Volvía a la hospedería después de comer cuando he topado con los dos varones del grupo de cuatro polacos. Están hospedados en el Monte do Gozo y han bajado hasta Santiago -cinco kms- para después volver y desde allí seguir hasta Fisterra, otra vez pasando por Santiago. Les resulta más barato que hospedarse en la ciudad, donde no hay albergues publicos. He coincidido muchos días con ellos en los albergues. He visto cómo se preparaban la cena, economizando. Debe haber tenido un gran coste para ellos hacer el Camino. Cada cual tiene sus motivaciones, las mías son irrisorias ante las suyas. Vi ayer en la misa del peregrino a mucha gente acercarse a comulgar. Con qué razones puedo criticar su fe? En realidad, yo soy el intruso en el camino, lo hago sin costo y sin necesidad. Me he sentido mal al despedirme de ellos. Luego le he dado vueltas a cómo debía haber reaccionado.
   He tomado un café en el Parador, en horario reservado a sus clientes. Cerca de mí había una pareja de edad mediana tomando exquisiteces, melosos y blanditos el uno con el otro. Él con poco pelo, los dos regordetes. Mis prejuicios me han prevenido contra ellos, como en general contra los huéspedes del Reyes Católicos. Mientras leía el periódico les he visto levantarse. Ella se movía con muletas.
   Durante algunas etapas he coincidido con tres muchachos franceses, bretones. Con la desenvoltura y a la vez la timidez de los posadolescentes. No se comunicaban con nadie. Crucé unas pocas palabras con uno de ellos. La primera vez que los vi, en el, quizá, mejor albergue que he utilizado, en Villalba, lo comenté con Xose, el farmacéutico, y me reí de las rarezas de uno de ellos. Había sacado el colchón de la litera y lo había tendido en el suelo. A su alrededor había un revuelto de bolsas, botellas y latas. Encendía las luces cuando los demás dormíamos o andaba trasteando fuera del dormitorio. Más tarde, otro día, comprendí la circunstancia. El muchacho raro caminaba cada día con uno de sus amigos, mientras el tercero lo hacía en una furgoneta de apoyo. Sumando cabos, deduje que padecía algo parecido al síndrome de Tourette.
   Qué despreciable el sentimiento de superioridad moral. Por encima de todo como humanidad deberíamos compartir un objetivo prioritario, la igualdad de oportunidades para todo el mundo, haya nacido donde haya nacido y sean cuales fueren sus circunstancias. Sólo con igualdad de oportunidades la razón podrá cargarse de razones.

No hay comentarios: