martes, 18 de octubre de 2016

Día 23


   Estoy tan impresionado por este monasterio cisterciense donde me alojo que casi he olvidado el discurrir de la presente etapa. Es un monasterio enorme, iniciado en gótico y terminado en barroco con partes neoclásicas. Abandonado durante la desamortización solo fue recuperado en 1950. Los monjes blancos ocupan una mínima parte, otra la reciclan para huéspedes y como albergue de peregrinos, pero la mayor parte está semiabandonada si no abandonada del todo. Los claustros -hasta tres he visto-, la iglesia, el comedor, cocina y sala capitular del XIII. Es de lamentar el mal estado de la iglesia. Un lujo hospedarse en un lugar así. Decepcionantes las vísperas de la pequeña comunidad -13 he contado-, cantadas en castellano y con voces poco agraciadas. Salvo dos, todos en el último suspiro. Como en el campo gallego, tampoco en este oficio hay futuro.


   En cuanto a la etapa, dos partes como casi siempre. La primera de las más hermosas del camino, a su paso por la reserva de la biosfera del Miño. La segunda, a pesar de atravesar bosques de pinos y robles, todo asfalto. Ese es el problema mayor del camino del norte, el asfalto. Llegará el momento en que la gente se harté y busque alternativas.
   Hay ha sido día de reencuentros. Gente que había quedado atrás, y muy atrás, que han aparecido de la nada. El bus hace milagros. Una pareja de canadienses que no veía desde Irún, los cuatro polacos, los dos alemanes que se habían quedado en una pensión, por separado. Así muchos más, dos jóvenes argentinos con acento canario, los dos pringaos que viajan a pie y en coche, la checa con los pies destrozados.

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