viernes, 14 de octubre de 2016

Día 19


   La experiencia de la soledad. Vilela es un lugar en medio del Monte de eucaliptos. Apenas unas casas y el albergue. No hay tiendas, ni bares. El restaurante de carretera está cerrado por vacaciones. Tengo un plátano, un yogur y frutos secos para pasar el día. En el albergue no hay nadie, solo yo.
   He hecho la ruta de La Caridad a Ribadeo por el interior, sabiendo que todo el mundo escogería la variante costera por Tapia de Casariego. Solo he tropezado con los polacos, cuatro figuras oscuras en la carretera, antes de la bifurcación. Luego, el amanecer que se abría en el campo gallego, graznidos de cuervos y perros amarrados al cepo en casas solitarias. Triste condición la del mejor amigo del hombre.
   Tras atravesar la ría de Eo por el paso pegado a la calzada de la autovía, entre Figueras y Ribadeo, he llegado el primero al albergue. Ayer todo el mundo comentaba que ahí nunca hay plazas. Detrás de mi, un par de santanderinos zumbados: hacen el camino a pie y en coche. Hacen un trayecto a pie, Gijón Ribadeo, por ejemplo, y desde ahí retroceden en bus a buscar el coche, lo aparcan y hacen otro trayecto a pie para volver a rescatar el coche. Supongo que las locuras del camino no son más que espejo de la locura común.
    Cómo era muy temprano -las once y treinta- he descartado quedarme en Ribadeo. Me he tomado una caña, una ración de tortilla -mala-, y un café y he seguido adelante, hasta este paraje solitario.
   Luce un hermoso sol y ventea. Se me secará la ropa.
   Ya entregada la tarde, han ido llegando alemanes, un americano, una checa. No podré dormir solo como me hubiera gustado.

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