He salido
con la bici para comprobar cuánta masa muscular he perdido en tan poco tiempo, tras haber hecho más de ochocientos kms caminando. Las
pantorrillas y los glúteos se me han achicado. Está visto que el caminar con
intensidad poco tiene que ver con el ejercicio intenso en la bici. Que poco
queda de la facilidad con que subía las cuestas en verano.
En esas
reflexiones estaba, luchando contra el viento de costado, cuando una corza me
ha entrado por la izquierda, quizá ligeramente desde atrás, porque no la he
visto hasta que estaba encima, justo delante de la bici. No sé por qué estos
animales intentan cruzar la carretera o el camino por delante del vehículo, no
son tan inteligentes para esperar y cruzar una vez que ya haya pasado. El caso
es que se me ha echado encima, ha resbalado en el asfalto y caído delante de mí.
He frenado para no chocar sobre su vientre blanquecino, pero se ha levantado a
tiempo para ponerse sobre sus pezuñas y alejarse campo a través, mostrándome su
grupa blanca. La he seguido un buen rato con la vista, sonriendo, alegre de que
su tropiezo no haya sido grave y haya podido seguir por los rastrojos en esta
tarde otoñal sin mayores consecuencias. Unos metros más allá he evitado pasar por encima de una viborilla que dormía
al sol en la carretera.
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