jueves, 1 de septiembre de 2016

Secularizar la política




            ¿Es posible despolitizar la política? Del mismo modo que uno de los objetivos de la ilustración fue secularizar la vida pública y llevar las creencias y las prácticas religiosas al rincón de la esfera privada, ¿no podríamos plantearnos como objetivo presente secularizar la política, limpiando la esfera pública del sectarismo ideológico? En el debate de investidura de ayer casi todas las opciones políticas pusieron por delante sus apriorismos ideológicos –principios incuestionables, incompatibilidad entre el propio círculo de ideas y el del enemigo, sonrisas para lo propio, chanzas para lo ajeno- sin que hubiera un debate real sobre los problemas y las soluciones que el país tiene y necesita. Y se mostraban muy felices. En esta como en la anterior investidura fallida los partidos situados en los extremos son más abiertamente ideológicos, más inflexibles, menos dados al pacto. Si en la tribuna del Parlamento sucede eso, también sucede en la barra del bar, la misma inflexibilidad, la misma dialéctica amigo/enemigo. Se diría que la posición política es un constituyente de la personalidad, que ponerla en cuestión pone en peligro la estabilidad del propio yo. Tengo una amiga que se salió del grupo de whatsapp que compartíamos cuando empecé a enviar artículos que ponían en cuestión su fe -la racionalidad de su posición política- en el grupo radical que apoyaba. Se lo tomó como un asunto personal. En el partido republicano de EEUU el grupo más ideologizado se llama a sí mismo mayoría moral: es inflexible en los principios y muy faltón con sus adversarios. En el debate de ayer esos mismos defectos se podían ver en aquellos que se reclaman de la mayoría social. Como aquellos, estos afirman que tienen detrás de sí a la mayoría del país, sin ninguna evidencia. Su comportamiento es más propio de una secta que de un grupo político al que le preocupa solucionar los problemas de los ciudadanos.

            Probablemente nuestra posición política tiene que ver con nuestras predisposiciones innatas. Los neurólogos hablan de que la población se sitúa al 50% en posiciones conservadoras o las liberales. Derecha e izquierda. Como en la cuestión de la agresividad, deberíamos aprender a racionalizar nuestra conducta, nuestras instintivas posiciones políticas. Un punto de vista racional sobre los asuntos públicos debería tener en cuenta los datos empíricos, los recursos, las necesidades, las prioridades. Para que eso sea posible los políticos deberían tener buenos asesores en vez de comisarios, economistas y sociólogos en vez de profesores de la facultad de políticas y entre sus cualidades deberían estar la predisposición al diálogo y al pacto en vez de la fidelidad a los principios. Pragmatismo en lugar de fe. A eso lo llamo despolitizar. Como en la cuestión de la fe religiosa, la discusión franca y racional sobre la ideología que profesamos es difícil, imposible -nadie convence a nadie, decía Ferlosio- hacer que alguien se apee de una postura irracional, pero es necesario hacerlo. Forma parte de nuestra evolución mental como especie, la superación de lo instintivo por lo racional. Es un proceso lento, pero que al final se sale con la suya.


            Los ciudadanos no tienen tiempo ni ganas para participar en un debate racional fundado en datos empíricos, por eso elegimos a los políticos. Nuestro deber como ciudadanos es elegir a personas capaces y honestas. Parece que tenemos mala suerte o mal ojo porque en vez de llevar a la tribuna a gente experta y desapasionada hemos devuelto a los curas. A no ser que nos complazca que nos arenguen desde el púlpito.

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