martes, 30 de agosto de 2016

En movimiento (On the move), de Oliver Sacks

        
            Lo primero que se puede decir de Oliver Sacks es que fue un grafómano. Intentó duplicar su vida en la escritura: diarios, cartas, informes médicos, anotaciones de cuanto veía. Parte de todo eso se convirtió en libros que le hicieron famoso (Migraña, Despertares, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, El tío Tunsgteno, Alucinaciones), en general casos médicos llamativos a los que tenía acceso por su especialidad en neurología, aunque también basados en la experiencia de sí mismo, de su propia peripecia (no reconocía las caras de la gente, por ejemplo, perdió una pierna en una excursión en Noruega, perdió la visión estereoscópica, el cáncer). Se convirtió en una figura pública al dar a conocer al gran público, en una mezcla de divulgación científica y curiosidad por lo infrecuente, los casos a los que tenía acceso por su práctica médica. Muchos colegas se lo reprocharon, no tuvieron en cuenta lo que iba descubriendo o le acusaron de aprovecharse de sus pacientes o de estar más pendiente de la anécdota que de la explicación y la cura. Algunos de esos libros se convirtieron en documentales e incluso en películas de gran éxito como Despertares (1973). Su penúltimo libro es una autobiografía: En movimiento (On the move), de 2015, publicado el mismo año en que murió. Este libro es un canto a la vitalidad de su autor, al amor a la vida. En él repasa su vida desde su infancia judía en Londres hasta la muerte anunciada, como consecuencia de un cáncer cerebral con metástasis, en Nueva York. Describe su pasión por las motos y las largas cabalgadas por la geografía de EE UU, su apetencia gay y algunos de los hombres que pasaron por su vida, su práctica clínica y las dificultades para mantener de forma continuada un puesto en una institución hospitalaria, sus amistades con científicos y el avance en el complejo mundo de la biología del cerebro y cómo se fueron forjando cada uno de los libros que fue publicando.

            Sacks concebía la vida, la vida de la gente con la que iba topando, como casos susceptibles de convertirse en relatos, movido tanto por la compasión por los enfermos con enfermedades incurables como por una enorme curiosidad. Su padre, madre y dos hermanos eran médicos y otro hermano esquizofrénico, lo que quizá explique sus aficiones e intereses. Habla con pasión de sus aficiones: la moto en primer lugar, la natación, la halterofilia, las anfetaminas, de las que se tuvo que desintoxicar. Conoció y se hizo amigo de muchas lumbreras de su tiempo, como el poeta Auden o científicos con los que debatió de biología y neurología, Francis Crick o Gerald Edelman, ante quien reconoce que no es un teórico pero que la descripción de sus casos puede ser útil para quienes, como Edelman, desarrollan teorías sobre el funcionamiento de la mente. Es apasionante el capítulo que dedica a la evolución de la comprensión del cerebro y la mente.

            Es difícil saber si cuando veía a sus pacientes afectados por lesiones neurológicas, acudía a sus casas ante su llamada o ante el aviso de un colega con la intención de prestarles atención médica o como oportunidad para construir una historia. En todo caso, dio a conocer dolencias ocultas o desconocidas hasta entonces por sus propios colegas. El libro que le dio fama, Despertares, estaba dedicado a pacientes de una epidemia de encefalitis letárgica, catatónicos, que tratados con L-dopa despiertan de su sueño letárgico, aunque solo temporalmente. También trató a enfermos de autismo, del síndrome de Tourette, de Parkinson, de agnosia visual, de ceguera al color, de pérdida de memoria o alucinaciones.


            El libro, como era de esperar de tan consumado escritor, se lee con gran interés y atención creciente y se agradece esa mezcla de emociones personales e información científica.

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