Cómo no
sentir un gran cabreo o al menos un cierto malestar al ver las portadas de los
periódicos, el patetismo de Barberá abandonada a su suerte, Soria
desahuciado o De Guindos no suficientemente alabado por su jefe, Sánchez solo,
Griñán a la puerta de la cárcel o Puigdemont preparando la palma del martirio
para sus compañeros. Pero no sé si es para tanto esa reducción de la política,
un arte innoble pero necesario, al marujeo. Nombres, problemas chiquitos,
pecadillos. Enfados y menosprecios. Insultos y falsos elogios. Todavía no ha
llegado el intercambio de parejas. Los periódicos serios que aparentemente
nadie lee han adoptado el modelo telecinco, al menos, en su primera página.
Pero enfriemos la furia contenida, quizá todo forme parte de un único
propósito, el entretenimiento. Cada medio con su público, muy definido, un
nicho de mercado, se dice. La tele de las marujas, la tele de la caspa, la tele
de los indepes, la tele de los jóvenes modernos prematuramente avejentados
–¿qué hacen sentados en el sofá de la tele?- no menos casposa. Públicos
estancos, impermeables, sin posibilidad de sintonizar entre ellos. Qué hacer
para que el país tenga una conversación común, un tema importante a debatir.
Antes
existían los grandes periódicos que marcaban la agenda y señalaban los asuntos,
incluso había dos grandes partidos que ofrecían soluciones alternativas, o eso
parecía, pero ahora hasta los grandes periódicos banalizan. Podría pensarse que
el país se está volviendo idiota, que a los puestos relevantes en la política,
en el periodismo, en el prime time hayan accedido los menos capaces por una
especie de conspiración de quienes mueven los hilos. Pero quizá no sea así. Mientras
la gente anda entretenida, nunca el país ha acumulado tanta inteligencia, como
sucede en cualquier parte del mundo, quizá las mentes brillantes estén en otro
sitio: en la economía, en los centros de investigación, quizá trabajen fuera y
eso no sea un drama. Quizá la política haya alcanzado el límite que marca la
ley de Peter para cualquier organización y eso no sea importante, al menos en
España. De todos modos, ¿cuándo hubo en este país una generación brillante al
mando? Quizá la agenda que cuenta no esté aquí, sino en Bruselas, ojalá no
descarrile ese tren, y esté en los centros de la ciencia y tecnología que están cambiando el mundo
como nunca antes. Qué pedirles a los políticos marujas: que nos dejen
tranquilos, que no se metan demasiado en nuestras vidas, que cumplan y hagan
cumplir las leyes, que vigilen que estas sean razonables y si no que las
cambien y a los que les guste el marujeo como entretenimiento que sigan viendo
La Sexta, 13TV o TV3 si es su gusto.
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