Lástima de ocasión
fallida. Manhattan, con dos temporadas y la promesa de una tercera que
no se llevará a cabo, se centra en la historia del proyecto que involucró a las
mejores mentes de entonces -los mejores físicos- en Los Álamos (Nuevo México), con
el objetivo de crear la primera bomba atómica. Eso fue lo que me llevó a verla.
El problema de la serie es que hace un mix entre verdad y ficción, como en las
novelas históricas, algo casi siempre decepcionante. Sólo algunos personajes se
relaciones con personas reales, como Oppenheimer, el director del proyecto, al
que en la segunda temporada se le asigna un papel destacado a cuenta de sus
aventuras extramatrimoniales, o aparecen fugazmente, como Niels Bohr, en un único
episodio, o se adivinan en la profundidad de un plano, como Einstein. El resto
son creaciones de los guionistas con alguna semejanza con otros protagonistas
históricos. No digo que la trama no esté bien llevada, que haya suspense, morbo
e incluso tensión erótica, a veces cargando mucho las tintas sobre el espionaje
a varias bandas, la turbiedad de los personajes y los giros dramáticos que
llevan al espectador hacia una tópica serie de intriga más que a la reconstrucción
de un momento histórico. Acabo de volver a ver Trece días, la película
que narra otro momento histórico lleno de tensión, la crisis de los misiles,
cuando Kruschev convirtió durante unos días a Cuba en una rampa de lanzamiento
de misiles hacia EEUU. La peli demuestra que es posible hablar con seriedad,
sin trampas, de un suceso histórico y concitar el interés del espectador. Es
una lástima porque en esos meses anteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial
había suficientes personajes, sucesos y dilemas éticos para hacer una buena
serie sin necesidad de recurrir a la invención.
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