lunes, 12 de septiembre de 2016

La sonrisa de Putin


          Putin.
         “¿Deberían sonreír los robots? En principio, parece obvio que sí, para saludar a la gente y hacer que se sienta cómoda. Sonreír es un gesto universal que indica amistad y buena acogida. Pero si la sonrisa es demasiado realista, a la gente se le empieza a poner la carne de gallina. (Muchas máscaras de Halloween tienen rostros de monstruos que sonríen diabólicamente.) Así que los robots solo deberían sonreír si tienen aspecto infantil (ojos grandes y cara redonda) o si son perfectamente humanos, sin grados intermedios. (Cuando forzamos una sonrisa, activamos músculos faciales con nuestra corteza prefrontal. Pero cuando sonreímos porque estamos de buen humor, nuestros nervios están controlados por el sistema límbico, que activa un conjunto de músculos ligeramente diferente. Nuestro cerebro puede distinguir la sutil diferencia entre las dos sonrisas, algo que fue beneficioso para nuestra evolución.)
Este efecto también se puede estudiar con escaneos cerebrales. Supongamos que se coloca a un sujeto en un aparato de imagen por resonancia magnética y se le enseña una imagen de un robot que parece perfectamente humano, aunque los movimientos de su cuerpo son ligeramente rígidos y mecánicos. El cerebro, cada vez que ve algo, intenta predecir su movimiento en el futuro. Al ver un robot que parece humano, el cerebro predice que se moverá como un ser humano. Pero cuando el robot se mueve como una máquina, hay una discrepancia, que nos resulta incómoda. En particular, el lóbulo parietal se activa (concretamente el área donde la corteza motora conecta con la visual). Se cree que en esta zona del lóbulo parietal existen neuronas espejo. Esto tiene sentido, porque la corteza visual capta la imagen del robot humanoide, y sus movimientos se predicen por medio de la corteza motora y de neuronas espejo. Por último, es probable que la corteza orbitofrontal, situada justo detrás de los ojos, lo junte todo y diga: «Hum, aquí hay algo que no está bien».

                            (Michio Kaku, El futuro de nuestra mente)

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