martes, 6 de septiembre de 2016

La regla de las diez mil horas



            Todas las tardes, debajo de mi ventana, al otro lado de la calle, un grupo no muy numeroso de chicos y chicas se entrena a tenis. Los dos monitores son persistentes, infatigables. Su voz monótona y rítmica acompasa mi siesta. Tres de los chicos pertenecen a una familia rusa, pero no les presto ninguna atención porque cuando aparece el padre les somete a una presión desagradable. Del resto me fijo en una muchacha negra, quizá tenga once o doce años. A fuerza de repetir saques, reveses y restos ha adquirido una potencia y precisión que maravilla para su edad. No sé dónde llegará pero el ejercicio intensivo paga.

            Parece un chiste, pero Einstein dijo una vez: «No poseo ningún talento especial. Solo soy apasionadamente curioso».

            ¿Qué distingue a un genio de un hombre con talento o de una persona normal? ¿Qué es la inteligencia? ¿La inteligencia nace o se hace? Decía Darwin, otro al que consideramos un genio: «Siempre he defendido que, dejando aparte a los idiotas, los hombres no difieren mucho en intelecto, sino que solo se distinguen por su fervor y su capacidad de trabajo». Y Einstein, otra vez: «El verdadero signo de inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación». Así que la inteligencia debe ser algo así como la capacidad para simular complejos sucesos en el futuro: imaginación+trabajo+perseverancia).

            Veamos. Todo el mundo considera a Einstein como el mayor genio del siglo XX y sin embargo como él reconocía no estaba especialmente dotado para las matemáticas: En una ocasión les confió a un grupo de niños en un colegio: «Por muchas dificultades que tengáis con las matemáticas, las mías fueron mayores». Einstein no era un físico de laboratorio, era un teórico, así que su laboratorio era su cerebro. Consideraba un problema importante y le dedicaba diez años de su vida. De los 16 a los 26 se concentró en el problema de la luz; de los 26 a los 36, en el de la gravedad y de los 36 en adelante en el problema de cómo unificar toda la física, la llamada teoría del todo.

            Los neurocientíficos afirman que el cerebro cambia cuando aprende. No se crean células nuevas, sino que lo que cambia son las conexiones entre las neuronas. El cerebro es plástico durante toda su vida. Parece que hay dos reglas para que el cerebro trabaje de forma eficiente: la concentración y la capacidad de postergar las gratificaciones.

            En el famoso experimento de los bombones, unos niños optaban por tener un bombón ya y otros por tener dos al cabo de veinte minutos. Pasados los años, los segundos habían tenido más éxito en la vida. 
            "Según el psicólogo K. Anders y sus colegas, que estudiaron a los expertos violinistas de la elitista Academia de Música de Berlín, a los veinte años, los violinistas de primer nivel podían fácilmente haber acumulado diez mil horas de ensayos agotadores, ya que ensayaban más de treinta horas a la semana. Por su parte, el estudio descubrió que los alumnos que eran meramente excepcionales estudiaban únicamente ocho mil horas o menos, y los futuros profesores de música practicaban solo un total de cuatro mil horas. El neurólogo Daniel Levitin dice: «La imagen que surge de estos estudios es que son necesarias diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de maestría que se espera de un experto de talla mundial en cualquier campo […] En estudio tras estudio, ya sea de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, pianistas de concierto, jugadores de ajedrez, consumados delincuentes o lo que sea, este número aparece una y otra vez». Malcolm Gladwell, en su libro Fuera de serie (Outliers), lo llama «la regla de las diez mil horas». 
           " El doctor Richard Davidson, neurocientífico en la Universidad de Wisconsin-Madison, concluye lo siguiente: «Las notas en el colegio o los resultados en las pruebas de acceso a la universidad tienen menos importancia para el éxito en la vida que la capacidad de diferir las gratificaciones o la de concentrar la atención. Estas habilidades son mucho más importantes para el éxito en la vida —todos los datos así lo demuestran— que el cociente intelectual o las notas académicas». 
            A eso hay que añadir que hay dos tipos de inteligencia, la convergente y la divergente. La primera es lógica, racional, se centra en una línea de pensamiento, la segunda tiene en cuenta diversos factores, intenta gestionar situaciones difíciles e inesperadas. 
            "La diferencia entre el pensamiento convergente y el divergente se refleja también en los estudios de los pacientes con cerebro dividido, que ponen de manifiesto que cada hemisferio cerebral está eminentemente configurado para albergar uno u otro tipo de pensamiento. El doctor Ulrich Kraft, de Fulda (Alemania), escribe lo siguiente: «El hemisferio izquierdo es responsable del pensamiento convergente y el derecho del pensamiento divergente. La mitad izquierda examina los detalles y los procesa de manera lógica y analítica, pero no es capaz de establecer conexiones generales y abstractas. La mitad derecha es más imaginativa e intuitiva, y tiende a funcionar de manera holística, integrando las piezas del puzzle de información en un todo».
        Las citas están tomadas de Michiu Kaku: El futuro de nuestra mente.

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