miércoles, 7 de septiembre de 2016

¿Compromiso con la verdad?



            1. Yo no creo que lo peor de la actual crisis esté en la clase política. Hay hombres sensatos, pero no les alcanza su buena fe. Lo peor está en el periodismo de baja calidad que padecemos. Hay una deriva creciente de la información a la opinión, que apesta en los llamados periódicos digitales. Cada día sale uno, con la intención de que tarde o temprano un gran grupo les absorba y ganen un dinerillo. Muchos han nacido como periódicos partidistas, muy ideologizados, no para el acuerdo sino para la confrontación. Son los que hablan al mismo tiempo de la hartura por la falta de gobierno y revientan, antes de que nazca, la posibilidad de que se llegue a un acuerdo. Sus artículos van de las interpretaciones esotéricas al odio personal. Se diría que no importa tanto la formación del gobierno, ni siquiera con un formato que ideológicamente les plazca, como que su ego quede recompensado. Están cómodos en el actual impasse y toman como una afrenta personal el que algún político intente en acuerdo transversal. El odio que aparecía en las sentinas de internet ha pasado a primera página. En el compromiso con la verdad todavía prevalecen los periódicos de papel. Es una desgracia que pagaremos cara que los lectores les estén dando la espalda.           

            2. Como no es cierto lo que se dice: que no tenemos líderes a la altura de los problemas del mundo. Sí los tenemos y acaso como nunca antes. No imagino hombres mejores a la cabeza de EE UU o de Alemania. ¿Quién ha contribuido como Obama a la distensión internacional, a enfriar dentro de sus posibilidades los fuegos en distintas partes del mundo? ¿Qué política europea puede compararse a la llevada por Angela Merkel en la cuestión de la inmigración? Ninguno de los dos ha caído en la tentación del populismo. Los añoraremos cuando falten. Ya lo estamos haciendo.

            3. Casi todo el mundo tiene claro –no hace falta prestar al asunto mayor atención que una leve ojeada por encima del hombro- que Donald Trump o Marine Le Pen son, serían…, eso, pongamos el adjetivo más apestoso, sin embargo, la apuesta propia, por más extrema que sea, eso sí en el otro extremo, no debe generar preocupación alguna.

            4. No me importa tanto la ausencia de citas de cultura clásica (Horacio, Calderón, Cervantes, Shakespeare) entre nuestros prohombres, como su desacomplejada falta de formación científica o técnica con la que fundar sus política educativas, sus proyectos tecnológicos o de reindustrialización, si es que los tienen.

            Qué saben, por ejemplo, de la capacidad de nuestro cerebro, equipado para sobrevivir en un mundo prehistórico, de sus limitaciones, para enfrentarse a los actuales retos de la ciencia y la tecnología, por no poseer las herramientas evolutivas para comprenderlas intuitivamente. 

            “El remedio evidente a las trágicas carencias de la intuición humana en un mundo de alta tecnología es la educación. Y esto señala unas prioridades para la política educativa: proporcionar a los alumnos las herramientas cognitivas que sean más importantes para comprender el mundo actual y que menos se parecen a las herramientas con las que nacieron (…) Lamentablemente, la mayoría de los currículos apenas han cambiado desde la Edad Media, y poco se pueden cambiar, porque nadie desea ser el ignorante que parezca insinuar que no es importante aprender un idioma extranjero, literatura inglesa, trigonometría o a los clásicos. Pero por más valor que pueda tener una asignatura, el día sólo tiene veinticuatro horas, y decidir impartir una asignatura significa también decidir no impartir otra. La cuestión no es si la trigonometría es importante, sino si es más importante que la estadística; no es si una persona instruida ha de conocer a los clásicos, sino si es más importante que una persona instruida conozca a los clásicos o que domine la economía elemental. En un mundo de una complejidad que constantemente pone en entredicho nuestras instituciones, no se pueden evitar responsablemente esos equilibrios.
                         (Steven Pinker, La tabla rasa)

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