domingo, 4 de septiembre de 2016

‘…estira el lenguaje más allá de su uso ordinario’

             
                        “P. ¿Diría, con Harold Bloom, que es una forma de conocimiento? 
                          R. La poesía no es un objeto lo suficientemente estable como para hacer semejantes aseveraciones. Me gusta más la idea de Robert Kaufman según la cual el valor de la poesía estriba en que estira el lenguaje más allá de su uso ordinario, abriéndose a la posibilidad de experiencias nuevas”. (Ben Lerner)

            Es fácil reconocer la mala poesía, porque casi toda lo es. Incluso la excelsa del pasado a fuerza de repetirla y de fijar su significado. Estamos rodeados de mentiras y cursilería, las dos contribuciones de la publicidad a la cultura ambiente. Tanto que son parte constituyente de nuestro yo, tan dado al autoengaño.

            La publicidad es el artefacto más degradante de la cultura. Se mueve entre dos límites: cuando se presenta como objeto artístico solo es cursilería y cuando promete cosas no puede disimular su mentira. La fatiga que experimentamos en los momentos de ocio, con la guardia baja, hace que estemos inermes ante la segunda y aceptemos como un estímulo la primera. Incluso cuando interpela a nuestro gusto único y personal, para el publicitario formamos parte de un colectivo. Indistinguibles. Sólo una cosa nos salva de esa vileza, la poesía.

            El único interlocutor de la poesía es el individuo hundido en su hosca intimidad. Descansado, abierto y alerta a lo inesperado. Caer en el reducto de la intimidad solitaria es la condición para generar el momento poético, no tanto para descubrir la poesía que llevamos dentro como para reconocer lo que otros han descubierto y que nos hace vibrar. La poesía siempre aparece como un milagro, porque nos despierta ante lo que estamos ciegos. A través del desconcierto nos llega el temblor y el placer. Pero es infrecuente porque casi nada de lo que se afirma como poesía lo es.

            En el periódico de hoy tenemos dos ejemplos de ambas cosas. La mentira y cursilería de la publicidad: cuatro páginas centrales dedicadas a “La pasión contagiosa de la lírica” (un cuadernillo para promocionar una campaña) y el momento de la poesía, entrevista a Ben Lerner: “La poesía es percibida como una amenaza”. Ninguno de los dos está colgado en Internet o yo no lo he sabido encontrar. Ben Lerner fue para mí un gozoso descubrimiento cuando leí Saliendo de la estación de Atocha. Lo único memorable de El País de hoy es esa entrevista. El entrevistador es tan honesto como para no tapar las zanjas que Lerner va abriendo entre sus preguntas y lo que le va respondiendo. Hay que leerla.

            Es imposible estar al tanto de todo lo que se publica, pero ayer encontré esta joya en un artículo de Elvira Lindo. El autor no tenía nombre, al menos hasta ayer y para mí, pero si a alguien le interesa, el nombre y la circunstancia, lo puede buscar:

                        “Buena mañana
                        O no tan mala. Viernes.
                        Alguna preocupación superada
                        merced al puntual ingreso
                        de mi exiguo sueldo.
                        Y una extraña y vaga euforia
                        que supongo debida a la dosis justa
                        de jachís y de café.
                        Voy a limpiar un baño a estos guarros”.

Por fin, el enlace: “La poesía es percibida como una amenaza”.


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