lunes, 29 de agosto de 2016

Una psique del pleistoceno (¿Qué podemos pensar, qué podemos comprender?)




Escribe Steven Pinker: 
"El tópico de que todo lo bueno tiene unos costes y unos beneficios se aplica en todo su sentido a los poderes combinatorios de la mente humana. Si la mente es un órgano biológico más que una ventana a la realidad, debería haber verdades que fueran literalmente inconcebibles y limitaciones en nuestra capacidad para llegar a comprender bien alguna vez los descubrimientos de la ciencia.
Algunos físicos modernos han apuntado la posibilidad de que podamos colmar el vaso de nuestra capacidad cognitiva. Tenemos todas las razones para pensar que las mejores teorías de la física son ciertas, pero nos ofrecen una imagen de la realidad que las intuiciones sobre el espacio, el tiempo y la materia que se desarrollaron en el cerebro de los primates de tamaño medio no entienden. Cuanto más pensamos en las extrañas ideas de la física —por ejemplo, que el tiempo nació con el Big Bang, que el universo es curvo en la cuarta dimensión y posiblemente finito, y que una partícula puede actuar como una onda— más se nos quiebra la cabeza. Es imposible dejar de pensar cosas que son literalmente incoherentes, como: «¿Qué había antes del Big Bang?» o «¿Qué hay más allá del límite del universo?» o «¿Cómo se las arregla la condenada partícula para pasar a través de dos rendijas a la vez?». Hasta los físicos que descubrieron la naturaleza de la realidad dicen que no comprenden sus teorías. Murray Gell-Mann describió la mecánica cuántica como «esa disciplina misteriosa y confusa que nadie de nosotros entiende de verdad pero que sabemos cómo usar». Richard Feynman dijo: «Creo que puedo afirmar con seguridad que nadie entiende la física cuántica […]. Si lo puede evitar, no siga preguntándose "¿Pero cómo puede ser así?". […] Nadie sabe cómo puede ser así». En otra entrevista, añadía: «Si piensa que entiende la teoría cuántica, ¡no entiende la teoría cuántica!».
Nuestras intuiciones sobre la vida y la mente, como nuestras intuiciones sobre la materia y el espacio, tal vez se hayan topado con un mundo extraño forjado por nuestra mejor ciencia. Hemos visto que la idea de la vida como un espíritu mágico unido a nuestro cuerpo no se lleva bien con la interpretación de la mente como la actividad de un cerebro que se desarrolla gradualmente. Otras intuiciones sobre la mente se sienten igualmente incapaces para seguir el avance de la neurociencia cognitiva. Tenemos todas las razones para pensar que la conciencia y la toma de decisiones surgen de una actividad electroquímica de las redes neuronales del cerebro. Pero cómo unas moléculas en movimiento producen unos sentimientos subjetivos (en oposición a simples cálculos inteligentes) y cómo elaboran decisiones que tomamos libremente (en oposición a una conducta causada) siguen siendo enigmas para nuestra psique pleistocena.
Estos rompecabezas encierran una calidad holística exasperante. Parece que la conciencia y el libre albedrío invaden los fenómenos neurobiológicos en todos los niveles, y no se pueden localizar en ninguna combinación o interacción de las partes. Los mejores análisis de nuestros intelectos combinatorios no ofrecen ningún punto en el que se puedan situar esos extraños entes, y los pensadores parecen condenados o a negar su existencia o a deleitarse en el escepticismo. Para bien o para mal, nuestro mundo siempre podría contener una brizna de misterio, y nuestros descendientes podrían considerar sin fin los eternos interrogantes de la religión y de la filosofía, que en última instancia giran en torno a los conceptos de materia y mente. En El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, aparece la entrada siguiente: 
Mente, s. Misteriosa forma de materia que segrega el cerebro. Su principal actividad consiste en el empeño de determinar su propia naturaleza, un empeño cuya futilidad se debe al hecho de que, para conocerse, no cuenta más que consigo misma".

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