miércoles, 17 de agosto de 2016

Bull-fight (La lidia del toro), según Hemingway


            “Sentado al lado de Brett, se lo fui explicando todo. Le dije que, cuando el toro arremetía contra el picador, se fijara en el toro y no en el caballo, y le hice observar la técnica de la colocación de la pica, para que, al notar todos los detalles, comprendiera que cada operación se realizaba con un fin determinado, y que no se trataba de un espectáculo lleno de horrores sin sentido. Le hice fijarse en cómo Romero apartaba con la capa al toro de un caballo que había caído, y en cómo lo mantenía atraído con ella, haciéndolo girar suavemente, halagándolo, sin gastarlo nunca. Vio que Romero evitaba cualquier movimiento brusco y reservaba a sus toros para el final; no los quería deshechos y sin resuello, sino sólo ligeramente cansados. Vio que Romero trabajaba al toro siempre de muy cerca, y le señalé los trucos que empleaban los otros toreros para dar la impresión de que también ellos lo hacían así. Comprendió por qué le gustaba la faena de capa de Romero y no la de los otros.
             Romero no hacía jamás contorsiones; estaba siempre erguido, su silueta era pura y natural. Los otros se retorcían como sacacorchos, levantaban los codos y se inclinaban sobre los flancos del toro cuando sus cuernos habían ya pasado, para dar una falsa impresión de peligro. Después, todo lo que era falso se volvía malo y daba una sensación desagradable. La forma de torear de Romero producía una emoción auténtica, porque sus movimientos guardaban una absoluta pureza de líneas y dejaba que cada vez los cuernos del toro casi le rozaran, conservando siempre la calma y la serenidad. No tenía necesidad de recalcar su proximidad. Brett vio que hay cosas que resultaban hermosas cuando uno las hace pegado al toro y que, en cambio, resultan ridículas hechas a un poco de distancia. Le conté que, desde la muerte de Joselito, todos los toreros habían desarrollado una técnica que simulaba este peligro sólo aparente para producir una falsa emoción, mientras ellos estaban perfectamente seguros. Romero volvía a tener aquella antigua característica: la conservación de la pureza de líneas combinada con una exposición al máximo; dominaba mientras tanto al toro haciéndole creer que era inasequible, y lo iba preparando para el momento de matarlo”.

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