martes, 16 de agosto de 2016

Fiesta

   
           Creo que a esta famosísima novela le sobra la mitad. La comencé a leer cuando tocaba, por los inicios de julio y la he ido arrastrando hasta aquí, aburrido y desganado, pero como es un Hemingway, como quien dice un miura, y como acababa de leer París era una fiesta que tanto me había gustado persistí. La mitad de la novela es una larga presentación de los personajes en el marco de París, un círculo de hombres alrededor de una mujer: beben y preparan el viaje en dirección a España donde piensan pescar y asistir a la fiesta de Pamplona. Es gente que conoció en París o amigos de infancia y que le acompañan a Pamplona. Les cambia el nombre pero son reconocibles si alguien se empeña en buscar un poco.



         Si partiésemos la novela en dos, justo por la mitad, y arrojásemos la primera parte a la basura no perderíamos nada. Al contrario, ahorraríamos tiempo e intensificaríamos la atención que el escritor americano se merece en la segunda parte. Disfrutaríamos con mayor intensidad. La segunda parte es magnífica: yo que no soy aficionado a los toros he podido comprender lo que un aficionado ve y siente. Hemingway lo era, sabía de qué hablaba. Además, la acción se desata, el autor somete a los personajes a un centrifugado. Beben y beben, se encelan, se pelean. La mujer de la que todos están enamorados se enamora a su vez de un joven y bello torero. El decorado de los Sanfermines –fiesta, borracheras, toros y pasión- no es de postal, es la sustancia de la novela. Todo ello contado con el estilo ligero y descriptivo y diálogos coloquiales marca de la casa. Parafraseando a Valéry, en Hemingway la hondura está es la piel. No me extraña que fuese un éxito inmediato.

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