Si partiésemos la novela en dos, justo por la mitad, y
arrojásemos la primera parte a la basura no perderíamos nada. Al contrario,
ahorraríamos tiempo e intensificaríamos la atención que el escritor americano
se merece en la segunda parte. Disfrutaríamos con mayor intensidad. La segunda
parte es magnífica: yo que no soy aficionado a los toros he podido comprender
lo que un aficionado ve y siente. Hemingway lo era, sabía de qué hablaba.
Además, la acción se desata, el autor somete a los personajes a un centrifugado.
Beben y beben, se encelan, se pelean. La mujer de la que todos están enamorados
se enamora a su vez de un joven y bello torero. El decorado de los Sanfermines
–fiesta, borracheras, toros y pasión- no es de postal, es la sustancia de la
novela. Todo ello contado con el estilo ligero y descriptivo y diálogos coloquiales
marca de la casa. Parafraseando a Valéry, en Hemingway la hondura está es la piel. No me extraña que
fuese un éxito inmediato.
martes, 16 de agosto de 2016
Fiesta
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