Ya quedan pocas
cosas que nos puedan sorprender de la conducta humana y menos que sirvan de
piedra de escándalo. Pero a muchos directores les va la marcha, probablemente
porque para ellos y para, al menos, la mitad de los espectadores el cuerpo
femenino es la obra más bella de la creación. Exhibirlo y verlo con la coartada
del arte es un placer. Las pelis lésbicas, aunque no se presenten como tales,
están de moda y yo acabo de ver tres. La belle saison (Un amor de verano),
The Duke of Burgundy y El verano de Sangailé. En las tres, a
diferencia de La vie d’Adele, de hace dos años, que, creo, sí que era
una peli decididamente erótica, como no se presentan como películas eróticas y
como no tienen afán de escandalizar, la exhibición de los cuerpos adopta una
pose estética o se inscriben en un estilo experimental. En las tres los guiones
son flojos, aburridos es la palabra correcta, la sucesión de escenas apenas
sirve para entretener al espectador mientras llega el encuentro amatorio, el
clímax erótico. La más convencionalmente erótica es la francesa dirigida por Catherine
Corsini, La belle saison, que saca a sus protagonistas de París para que
retocen en la campiña. Una vaga conciencia ecológica y feminista es el marco en
que se mueven las dos protagonistas. La lituana El verano de Sangailé, también
dirigida por una mujer, Alante Kavaite, se centra en dos adolescentes y toma el
erotismo como excusa para dibujar el mundo extraño de la adolescencia. En The
Duke of Burgundy cuesta ver a Sidse Babett Knudsen, la protagonista de
Borgen, en sesiones de sadomasoquismo con su ayudante, entre colecciones de
mariposas y polillas. Es una peli gótica donde el director británico Peter
Strickland prosigue su empeño por construir una filmografía de autor. También
aquí la relación lésbica aparece como una excusa donde la almendra sería la
experimentación.
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