lunes, 4 de julio de 2016

Todos iremos al paraíso, de José Ángel Mañas


         La conciencia es un barquito que navega encima del océano, sin control sobre lo que sucede en las aguas profundas. Cuanto más nos descubren los científicos que exploran la mente más difícil resulta hablar de libre albedrío. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestros actos? ¿Quién está a los mandos de nuestro comportamiento? A la protagonista de esta novela se le tuerce la vida el día que yendo de vacaciones desde Madrid a la costa cántabra, al pasar por Burgos, las bicicletas que lleva el Range Rover que conduce su marido se desprenden de su atadura y provocan un accidente mortal. La mala decisión inicial de no dar parte del hecho enreda de tal modo la vida familiar que la mujer descubre en su comportamiento los efectos de una personalidad totalmente inesperada. Si al principio los sucesos aparecen como crímenes accidentales, luego adoptan la forma de accidentes criminales. En esa ambigüedad se desenvuelve la novela y también el juicio que la corona, aunque seguramente lo que el autor ha querido transmitir no concuerde con el juicio que el lector se habrá ido forjando. Del libro publicado y leído tan dueños son el escritor que lo abandona a las galernas del tiempo como el lector que lo manosea en su butaca.


         La novela adopta la forma de thriller y parece estar pidiendo con urgencia que alguien la lleve a la pantalla, como en otra época alguien lo hizo con la exitosa Historias del Kronen que lanzó a la fama a su autor. La escritura es directa, sin adornos ni descripciones superfluas como en la mejor tradición de serie negra. Quizá falte un poco de carne para que pese el adjetivo psicológico que se añade a thriller en la contraportada y para que el empeño del escritor sea algo más que escritura de género. Es el caso de la protagonista, Paz Reyes, que lo es todo en la novela, con algunos trazos que llaman la atención sobre su frío comportamiento, y hasta desconcertantes como ese gozo de vivir despreocupado que muestra tras sus crímenes, hasta el punto de recordar esa canción de Michel Polnareff, On ira tous au paradis, de la que sale el título de la novela, con la intención de disolver la culpa que ni siquiera ha nacido, creo que insuficientes para redondear una personalidad específica. Pero la novela se lee de un tirón, algo más que apropiada para las ligeras lecturas veraniegas.

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