miércoles, 13 de julio de 2016

París era una fiesta

  
         Todo el mundo conoce esta novela. ¿Cuántos la han leído? A día de hoy sigue conservando la frescura, una aparente imperfección muy trabajada, que le imprime un escritor que se sabe original y disfruta por ello. Es un placer leerlo en la traducción de Gabriel Ferrater, que ahora reedita Lumen, esa aparente espontaneidad, los juicios rápidos y desprejuiciados sobre sus contemporáneos, la gente con la que se cruzaba en París, en aquella década en que la vida y el futuro parecían posibles de nuevo, tras el horror de la Gran Guerra, y antes de que la muerte volviese de nuevo a cada rostro. 

         Crudas son sus opiniones sobre Gertrude Stein, a cuya casa Hem, como le llaman sus amigos, se ve casi obligado a acudir, aunque ella se lo agradezca diciendo que alguno de sus cuentos son inaccrochables, como las pinturas que ella no compra, (Hemingway se vengará afeando el mal gusto de una Gertrude Stein en decadencia: las últimas adquisiciones colgadas en las paredes de su casa), sobre Ford Madox Ford, irresistible para las mujeres, pero no para él, no soporta su halitosis, sobre novelistas (Huxley, Lawrence), cuentistas (Katherine Mansfield, Stephen Crane, a quienes compara para rebajarlos con Chejov y Tolstói) poetas (Evan Shipman, Ernst Walsh, entonces importantes, pero a quienes hemos echado al olvido); más amables sobre Ezra Pound o Joyce, a quienes realmente admira. También elogia a los escritores rusos, Chejov por delante, Gogol, Turgueniev, después Tolstói o Dostoievski, menos a los escritores franceses. Hemingway describe sus jornadas parisinas, la mañana escribiendo en los cafés (Deux Magots, Closerie des Lilas), las tardes visitando a sus conocidos y bebiendo, pasando hambre a menudo o, si había habido suerte en el hipódromo, yendo a Lipp, Explica su método de escritura: no pensar en la historia que está escribiendo hasta la mañana siguiente, disfrutando mientras de la vida, leyendo a otros autores en los libros que le deja Sylvia Beach, la librera de Shakespeare & Co, o que compra a los libreros del Sena.
        
         A algunos personajes Hemingway los describe con mucha atención con un procedimiento que mezcla la caricatura, la descripción física y elementos de su particular psicología. Es el caso de Scott Fitzgerald. Con él hace un viaje de ida y vuelta de París a Lyon, acompañados a la vuelta por unas cuantas botellas de vino blanco de Macôn. Viajan en un descapotable bajo la lluvia por lo que han de parar muy a menudo en cualquier café de carretera, donde pedir un whisky. La imagen que Hemingway da de su compañero de generación es la de un individuo hipocondríaco, alejado de la realidad y de la felicidad, atormentado por su esposa, y en permanente pelea con el alcohol. Scott todavía no ha publicado El gran Gatsby pero sí muchos cuentos que a Hemingway no le gustan mucho, pronto comprende el porqué: Scott los escribía del modo natural, tal como le salían, es decir con talento, y después los estropeaba al gusto de la revista que le pagaba por ellos. Hemingway no lo comprendía, porque él siempre escribía con esfuerzo y sin pensar en otra cosa que en el oficio de escribir. Asegura que con gran trabajo no escribía más de un párrafo al día. Eso sí, cuando no lo hacía sentía la soledad de muerte que llega al cabo de cada día de la vida que uno ha desperdiciado.        

         Cuando la novela acaba, hay un añadido bajo el rótulo Bocetos sobre París. Ahí aparecen personajes secundarios y alguna historia más sobre Scott Fitzgerald y Ezra Pound. La escritura fluye menos y por momentos se hace farragosa, sobre todo cuando se enfrenta a su conciencia culpable. La buena época de París está unida a su primera esposa Hadley, que aparece a menudo mencionada, y acaba cuando la deja por Pauline, su segunda esposa, sobre quien trata de desviar la culpabilidad del divorcio. París era una fiesta es literatura que parece que no lo sea, que quieres seguir leyendo sin parar no porque creas que lo que cuenta es verdadero o porque te vaya a cambiar la vida, como asegura Hemingway que pasa con la literatura de Dostoievski, sino por su chisporroteo, porque por ella está pasando la vida.

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