jueves, 14 de julio de 2016

Narcos




         Lo que tiene de admirable esta serie es la crudeza con la que pinta el mundo de la guerra contra la droga. Son los 80, época en que se dieron a conocer los cárteles, la suma facilidad con que se pasaba la droga del sur al norte de América, a hacer tanto dinero que, como no saben donde colocarlo, lo entierran en zanjas abiertas en el campo. Es la época de Pablo Escobar y el cartel de Medellín. La serie narra esos comienzos, los laboratorios de cocaína, el traslado a Miami, el poderío de Escobar, las enormes sumas de dólares, el reto al Estado colombiano.

         Dentro de la policía colombiana no hay héroes, menos en el ejército, tampoco lo son los agentes de la DEA, de la embajada americana o de la CIA, quizá algún político colombiano, no se salvan por supuesto los periodistas. Más bien, el dibujo tiende a presentarlos a todos como corruptos, ansiosos de venganza o movidos por algún interés bastardo. El lenguaje que utilizan unos y otros es la violencia; hay algunos intermediarios, agentes que juegan en los dos bandos y un montón de secundarios que encuentran la muerte como cuando llega un chaparrón.


         No sucede como en las pelis de gángsteres (padrinos y escorseses), aquí no hay nada que nos seduzca de Escobar y sus matones. Los vemos en familia, arrumacos y carantoñas, besos y sexo, pero sin aura; es imposible cualquier empatía. Y bien está que así sea. La serie es instructiva: la zafiedad de esa gente, las personalidades psicopáticas, el miedo sobre el que construyen su autoridad, la popularidad conseguida con mentiras. También vemos la corrupción que engendra la violencia, cómo trastorna a quien la practica aunque sea por bellos fines. Gran serie, buenos actores, ambientación que documenta los 80. Lástima la dicción española del actor brasileño Wagner Moura haciendo de Escobar, aunque para un espectador anglófono sea virtud mezclar a partes iguales el español y el inglés.

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