jueves, 21 de julio de 2016

Instinto

    
         Dice Eaglemann (Incógnito) que el yo consciente es el personaje más secundario del cerebro, que hay un vasto territorio por debajo de la consciencia, como ya vio Freud en el ello. Resulta que no tenemos menos instintos que los animales, sino más. Por ello nuestra inteligencia es más flexible, porque tenemos más instintos (Williams James). Lo que sucede es que somos ciegos a su acción, los instintos son los motores de nuestro comportamiento y están inscritos en circuitos especializados en el cerebro y son inaccesibles porque son fundamentales. No los percibimos como el pez no percibe el agua donde se mueve.


         Hemingway explica en París era una fiesta su método de trabajo. Por la mañana escribía, después hacía lo posible por no pensar en la continuación de la historia que estaba escribiendo. El resto del día leía, paseaba, hablaba con sus amigos, porque según él la historia se estaba cociendo en su cerebro y encontraría su continuación natural a la mañana siguiente y si pensaba en ella la desbarataba. El cerebro está trabajando las veinticuatro horas y hace cosas de las que no tenemos noticias. Por ejemplo anuda o desata los vínculos sociales basados en sofisticados sistemas de señales químicas que no capta nuestro radar consciente pero sí un tipo especial de receptor. Por ejemplo, a través del olor captamos una amplia información: edad, sexo, fertilidad, identidad, emociones, salud, señales transportadas por las feromonas que cuando llegan a la nariz son analizadas por un llamado complejo mayor de histocompatibilidad, que incita a mezclar o no las reservas genéticas de dos personas. El cerebro capta la cúspide de la fertilidad de una mujer (diez días antes de la menstruación): tono de la piel y de las orejas, pechos más simétricos, olor, todo al margen de la mente consciente. La mente solo capta el bullicio del deseo. Se ha estudiado la relación entre el ciclo menstrual y las ganancias en las bailarinas de streptease: en lo más alto del ciclo ganaban el doble que durante la menstruación o el doble que las bailarinas que tomaban la píldora. Así, la monogamia estaría ligada a la vasopresina, la hormona liberada durante la cópula que produce sensaciones placenteras; si se bloquea la hormona el vínculo de pareja desaparece. La fidelidad estaría asociada a las copias de un gen concreto, si hay varias copias el flujo de la vasopresina disminuye, entonces aumenta la infidelidad. Estamos preprogramados para vivir en pareja durante cuatro años, el tiempo necesario para la crianza de un hijo, después la droga amorosa desaparece (en eso somos curiosamente semejantes a los zorros). El divorcio más frecuente se produce a los cuatro años de iniciada la vida de pareja y nuestro umwelt hace que encontremos monos a los bebés.

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