La yihad se extiende de Madrid a Londres, de Paris a
Bruselas. ¿Cuáles son las razones? ¿Son los atentados terroristas la
continuación de la guerra iniciada por nuestros países en un territorio ajeno, lugares
en los que Europa no tiene contencioso pero que bombardea: Iraq, Afganistán,
Libia, Mali, ahora Siria, es decir, estamos en guerra? Es lo que sostiene Michel
Onfray en su libro Penser l’Islam, libro de combate filosófico
construido con textos, entrevistas y hasta tweets escritos durante los
sangrientos atentados en Francia, la carnicería en las oficinas de Charlie
Hebdo o la posterior en la sala Bataclán. Onfray se enfrenta al mal uso de las
palabras, al miedo a llamar a las cosas por su nombre, a decir que los yihadistas
son islamistas radicales, a los propios textos del Islam, a la hipocresía o el
engaño por parte de los gobiernos, a la ceguera o mala fe de la extrema
izquierda que ve en los islamistas radicales aliados para acabar con el
capitalismo.
Qué sabemos del Islam, de su texto sagrado, de su historia,
qué sabemos de lo que los musulmanes que viven entre nosotros piensan. Si
miramos con los ojos del historiador, del filósofo o del sociólogo
en vez de con los del periodista, del político o del agitador nuestra
perspectiva cambia. No hay un único Islam, ni musulmanes que piensen del mismo
modo, como no hay una sola Francia ni todos los españoles pensamos igual. La
doctrina islámica se basa en los textos que incluyen las 114 suras del Corán y
los hadices o dichos que las interpretan. Para los creyentes son textos
sagrados que provienen directamente de la divinidad o del profeta, para el
historiador son textos escritos por hombres un siglo después de la muerte de
Mahoma. Textos contradictorios que sirven tanto a quien tiene una visión
benigna del Islam como a quien alienta una versión guerrera. En realidad, muy
pocas suras son tolerantes y muchas guerreras. Entre las primeras, y con
reparos, podemos encontrar esta: “Si alguien mata a una persona, sería como si
matase a toda la humanidad y si alguien salva una vida, sería como si hubiera
salvado la vida de toda la humanidad” (Corán V.35) o esta: “No cabe coacción en religión” (II.256). Entre las segundas:
“Exterminad hasta el último de los incrédulos” (VIII.7) o para el mismo
propósito en los hadices: “Matad a todo judío que esté a vuestro alcance”
(II.58-60), “Matad a los politeístas allá donde los encontréis” (XVII.58). Podemos encontrar hasta 109 sentencias llamando a los musulmanes a la guerra contra los no
creyentes (judíos y cristianos).
Por otro lado, continúa Onfray, los gobiernos occidentales están practicando
un nuevo colonialismo, bombardeando estados y poblaciones en las que mueren
personas indefensas, impidiendo que se rijan por su propia soberanía y hagan
con sus recursos lo que tengan a bien querer hacer. ¿Con que derecho nos
quejamos de que traigan la yihad a nuestro territorio si les bombardeamos?
En cuanto a la izquierda, o una parte de ella, hace tiempo
que perdió la brújula. Oliendo sangre semita han apoyado a, y colaborado con, los
terroristas de Septiembre negro (Sartre) cuando la masacre de atletas israelíes
en Munich en 1972, ha defendido el negacionismo como Garaudy, o han apoyado a
regímenes islamistas radicales como Mélenchon que defendía a Ahmadinejad. “Los
progresistas que denuncian la "islamofobia" y hacen la vista gorda
ante el maltrato de las mujeres, los homosexuales y los seguidores de otras
religiones en las comunidades musulmanas o en los países islámicos constituyen
lo que Maajid Nawaz ha denominado la " izquierda regresiva". Izquierdistas
regresivos son los progresistas no genuinos en absoluto, sino
apologistas profundamente confusos sobre la noción más liberal imaginable: a
saber, que un grupo de seres humanos tiene, a causa de su religión, el derecho
inalienable a dominar y abusar de otros seres humanos - y lo hacen sin ser
molestados por la crítica”.
La vuelta de la religión a nuestras vidas es uno de los acontecimientos más sorprendentes del Siglo XXI, quizá el más inesperado, y no por donde podíamos esperar. El Islam se está convirtiendo en la religión universal, con una fuerza imbatible, por el momento, no por el impacto terrorista, sino por su fuerza demográfica y de un modo más temible por la convicción que muestran sus fieles frente al descreimiento en las otras religiones. Por eso es tan importante el debate público, un debate que llame a las cosas por su nombre y que no niegue las evidencias. En Francia pensadores de primera línea, Alain Finkielkraut, Renaud Camus, Éric Zemmour, Michel Houellebecq, además de Michel Onfray, participan en el debate, no así en España donde toda discusión parece de vuelo bajo. Quien logra imponer el marco de referencia en un debate gana. Si dejamos que el enemigo disponga del terreno de juego y de las reglas tenemos la batalla perdida de antemano.
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