Por instinto me llevo la mano a la cara para taparme los
ojos y la boca avergonzado cuando veo a los enviados especiales de las
televisiones preguntar algo a la gente que se ha desplazado para seguir en
directo el evento o se han quedado en casa y el hombre del micrófono entra en
el salón como un perro que mueve el micro como el perro mueve cola y pregunta
sin asomo de la vergüenza que a mí me produce algo sobre pasión y rivalidad y la
familia balbucea entrecortada en el infame montaje que son fans de distinto
equipo, avergonzado porque en todos los minutos que dura la cosa que dan en el
informativo todos se empeñan en decir nada, nada sincero captan las cámaras y
ninguna cosa con sentido dicen los muchos enviados especiales algunos con
renombre y alguna dignidad que se les supone y que pierden al instante por
prestarse a ser tan insignificantes. Si alguna cosa tiene el fútbol de
verdadero sólo es la emoción del instante en que el juego está en juego mientras
dura el choque de cuerpos y se hace correr el balón y hay tensión y sudor y
dibujo sobre el césped pero en cuanto los jugadores salen del campo y hablan
los comentaristas y los seguidores o los propios jugadores despojados de la
única cualidad por la que se les sigue en el juego que es jugar bien al fútbol
adviene la nada la insignificancia un palabrerío que pudre las palabras en el
instante en que se pronuncian. Es insoportable ese trámite sin fin que durará
mañana en la noche y al día siguiente y toda la semana en que la nada vaciada
de sí misma prosigue sin cesar en su nada.
viernes, 27 de mayo de 2016
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