sábado, 4 de junio de 2016

Necesario pero imposibe, de Javier Gomá Lanzón


         Dice Javier Goma que el demonio del mediodía nos susurra en el oído para que no abandonemos el delicioso e irresponsable estadio estético donde el adolescente vive una eternidad inconsciente, ese momento de la vida en que todo es posible y nada es ingrato, por el estadio ético donde para ser hombres de una pieza se nos exige casa y oficio, donde la experiencia nos adapta a la realidad del mundo, tomamos conciencia de ser quien somos a cambio de aceptar la mortalidad. Pues bien, si damos el paso de querer ser hombres de una pieza y nos dejamos guiar por la razón y no por los fantasmas que la acechan (Kant, Aristóteles) no cabe sino llevar una vida digna, que es una vida ejemplar. Ejemplo y ejemplaridad.

         Para Javier Goma en el mundo de la experiencia caben dos tipos de ejemplaridad, la ejemplaridad de la felicidad, en la que el hombre quiere cumplir un destino del mejor ejemplar de la especie, dentro de las limitaciones que impone la realidad. La ejemplaridad de la dignidad es aquella, que como en el caso de Príamo, sobre el que cae la desgracia de perder a sus hijos en la guerra, soporta la privación con dignidad. Habría un tercer caso, ya fuera del mundo de la experiencia, que está reservada al mundo de la esperanza, la de quien dispone de su yo y lo entrega al mundo, esperando recuperarlo más allá del mundo de la experiencia.

         Que el hombre tiene como destino la muerte es algo que damos por hecho desde antiguo. Desde que empezamos a pensar, junto al asombro ante las cosas del mundo nació la angustia por nuestra mortalidad. En la modernidad, la creciente conciencia de nuestra individualidad, cada uno de nosotros es único y particular, viene acompañada por la trágica constatación de que vamos a morir. Y desde el principio quisimos negarlo, afirmando que la dualidad alma cuerpo nos constituye, pero que el cuerpo es mortal y el alma inmortal (el Fedón, Séneca, Kant), un autoengaño que no admite una mínima verificación. La modernidad nace con la ironía (F. Schlegel) cuando el hombre comprende su naturaleza trágicamente antitética: la dignidad de ser un ejemplo único, irrepetible (momento estético) y la de estar destinado a un final indigno (momento ético), una ironía que le aleja de los credos religiosos. En el momento estético, antes de experimentar las determinaciones del mundo el yo se siente inmortal. Cuando progresa al estadio ético aprende a ser mortal y adquiere la forma de una individualidad. ¿Es posible seguir siendo individuo y mortal tras la sucia corrupción de la sangre?

         Si hemos alcanzado un grado tal de individuación se debe a la conciencia de nuestra mortalidad por tanto es hacer trampas en el solitario sostener que nuestra alma pervive más allá de la muerte. La esperanza religiosa o la esperanza utópica en un mundo perfecto en el futuro no nos satisfacen. Nadie puede sostener hoy la trascendencia religiosa más allá de la corrupción del cuerpo. Cada hombre desea prorrogar su vida más allá de la muerte, seguir siendo hombre mortal porque eso es lo que nos constituye. Un alma separada del cuerpo putrefacto haría de nosotros otras cosa distinta de ser hombres, y un futuro perfecto (la esperanza de Marc Bloch) satisfaría a la humanidad, a la clase que lucha por él, pero no al hombre concreto que aspira a prorrogarse más allá de la muerte. ¿Entonces qué tipo de esperanza nos cabe si es que alguna cabe? ¿Por qué si el mundo permite la formación de individualidades autoconscientes les castiga luego mezquinamente a un destino sórdido? Desechada la inmortalidad que las religiones nos ofrecen, ¿cabe una mortalidad que no cese por el hecho de la muerte, es decir, somos seres mortales, esa es la exigencia de la individualidad, pero podemos ser mortales indefinidamente? Esta es la pregunta que Javier Gomá se hace en este libro.

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Eternidad aumentada.

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