viernes, 3 de junio de 2016

Contra la memoria, de David Rieff


         Asistimos desde hace unas décadas a una aceleración de la historia, el cambio repentino es la norma, en las ciudades cada vez de mayor tamaño se produce un fenómeno de homogeneización que contrasta con la llegada masiva de inmigrantes de diversas procedencias. Quizá eso explique el énfasis en el pasado, aunque haya tantos que ya no lo compartan, la obsesión por las raíces, “el epifenómeno más melancólico de una época marcada por la homogeneización cultural” con cada vez menos diferencias.

         Si la memoria de los sucesos del pasado, incluso los mitos fundacionales eran requisitos de la construcción y asentamiento de las naciones, ¿qué sucede hoy cuando la inmigración cambia la piel de los pueblos y los antiguos colonizados se asientan junto a las casas de los descendientes de los colonizadores? ¿Puede haber una historia común? ¿O ha de cambiarse la historia mítica de los libros de texto por otra que sea ambivalente? ¿Puede de ese modo compartirse un propósito común que dé sustento a la convivencia?

         ¿Es un imperativo ético la memoria o lo es el olvido? ¿Es la memoria colectiva un requisito de la justicia? ¿Es compatible la justicia con la paz? ¿Puede conseguirse una paz duradera con una búsqueda incansable de la verdad?

         ¿Es cierto como sostenía George Santayana que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” o más bien el olvido es una necesidad de la sociedad que busca la paz, como sostiene, con matices, David Rieff en su libro Contra la memoria? ¿Recordar es un deber moral para con las víctimas, porque de ese modo se evita que el olvido mate dos veces, como han escrito Paul Ricoeur y Avishai Margalit o “La convicción de que la memoria es un género de la moralidad es una de las beaterías más inexpugnables de nuestra época”?

         El cambio del callejero de Madrid, la construcción del memorial del Borne, en Barcelona, para conmemorar a las víctimas de 1714, la ley de Memoria histórica, el levantamiento de las tumbas de la represión franquista. Eso sólo en España, pero miremos hacia donde miremos el mundo si no está derramando sangre al menos la conmemora, algunos de forma bienintencionada, otros buscando réditos políticos subiéndose a hombros de las víctimas.
        
         ¿Qué se quiere decir cuando se habla del “deber de la memoria”, son inseparables identidad y memoria? Recordamos como individuos, aunque nuestra memoria sea imprecisa, ¿pero podemos hablar de memoria histórica o memoria colectiva? ¿”La interpretación de la memoria es una función del poder y no de la verdad”, como sostenía Nietzsche?

         Mientras los perpetradores anden sueltos o las víctimas sigan con vida, mientras los verdugos no reconozcan su culpabilidad no se puede hablar de perdón ni de olvido, el trauma de los supervivientes alcanza a las dos o tres generaciones subsiguientes, pero ¿qué utilidad tienen las conmemoraciones posteriores, qué sentido tiene rodear de sacralidad la memoria, no afloran en esos actos las emociones falsas, lo kitsch, no “se conmueve la gente para gozar con la ilusión de la propia superioridad”? “El drama sacro es la antítesis de toda política justa. En lo sacro no hay acuerdo. Pero, ¿una política sin acuerdos no es invariablemente totalitaria”? “Lo que garantiza la salud de las sociedades y de los individuos no es la capacidad de recordar, sino su capacidad para finalmente olvidar”. “¿Por qué la memoria, sobre todo la memoria histórica se tiene por una bendición cuando, de manera irrefutable tan a menudo ha sido un lastre, cuando no una maldición?”

         Sin llegar a afirmar que la memoria colectiva es como un inmenso agujero negro de donde no puede escapar la razón histórica ni la seriedad política, ni estar del todo seguro, como sostenía Nietzsche, que es totalmente imposible vivir sin olvidar, David Rieff cree que alcanzar una paz duradera es imposible sin el olvido. Como corresponsal en la guerra de Bosnia cree que allí la masacre fue avivada por la memoria o más precisamente por la incapacidad para el olvido. 


Otras frases:

         “Auschwitz no nos inocula contra Camboya, Ruanda o Bosnia… sostener lo contrario es una ilusión sentimental y antihistórica”.
         “La memoria colectiva es como un agujero negro del que no puede escapar la razón histórica ni la seriedad política”. La rememoración, en realidad, no se ocupa del pasado, o bien trata del amor propio o no trata de nada.
         Sobrevalorar la memoria menosprecia la historia, produce una satisfacción inmediata, forma parte de la cultura de la queja, del ensimismamiento propio de la sociedad del espectáculo.
         “Es la estructura profunda de la memoria colectiva y no sus abusos… es siempre adolescente y la atrae hacia el sufrimiento, el conflicto, el sacrificio”.

         Renan (el fundamento de la nación es): “Haber sufrido juntos”. El sufrimiento en común une más que la felicidad en común: impone deberes, precisa un esfuerzo conjunto.

         La rememoración se sustenta en el sentimiento de victimismo. “No hay nada más socialmente incontrolable y, por ende, más peligroso políticamente que un pueblo que se tiene a sí mismo por víctima” .

         “Todo mal cometido en el siglo XX ha sido un acto de legítima defensa”.

         “¿Olvidar es cometer una injusticia con el pasado, entonces recordar no sería cometerla con el presente?” (Yerushalmi).

         ¿”El imperativo de la justicia está por encima jerárquicamente de toda consideración moral”? La conmemoración podrá ser aliada de la justicia, pero pocas veces lo es de la paz.

         Sin embargo, ¿es necesario mantener una identidad común, un propósito común? ¿También el olvido, como la rememoración, ha de tener un periodo de duración? ¿Hay que sustituir, como sostiene Ulrick Beck, el “nacionalismo metodológico” por una “ambivalencia compartida”? La unidad nacional es difícil de alcanzar y fácil de perder.

Irlanda. “El país tuvo mártires cuando necesitaba hombres”
De Gaulle. Vichy: “Un no acontecimiento sin consecuencias”.
Mario Cuomo: “Todo gobierno justo gobierna en prosa”.
Leon Wieseltier (Kaddish): “La mente no puede prescindir de la imaginación, pero la imaginación puede prescindir de la mente”.

Karl Kraus: “El diablo es optimista si cree que puede hacer peores a los hombres”.

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