jueves, 16 de junio de 2016

Lengua y cosmovisión




         En la presentación, ayer, de un documental -En busca del futuro perdido- muy bien regado por las instituciones para unos resultados mediocres, el arqueólogo del salacot –así lo definía una de sus fans- y firme apoyo pasado y presente de la CUP, volvió a sacar la bicha del determinismo lingüístico. Con cuánta ingenuidad y convicción afirmó que la pérdida de una lengua de unos pocos hablantes es la pérdida de un mundo irrecuperable y único. Una lengua no es principalmente un sistema de comunicación sino una forma de entender y organizar el mundo. Los hablantes, gracias a su idioma, poseen una cosmovisión diferencial que se pierde con cada idioma que muere. Los idiomas no son meros instrumentos adaptativos sino objetos sagrados de la diversidad que deben ser preservados a cualquier precio.

         ¿Realmente una lengua es tan singular como para que sea decisiva en la formación del pensamiento, un filtro que determina nuestra forma de pensar y percibir la realidad? Según Steven Pinker, nadie ha demostrado que los hablantes de una lengua piensen y razonen de una forma diferente, “los demás posibles efectos de la lengua sobre el pensamiento son prosaicos, aburridos, triviales e incluso susceptibles de inhibir la libido”. Podría decirse, pues, que una lengua que se abandona o se pierde porque desaparece el último hablante no es más que un programa que en el proceso evolutivo ha quedado obsoleto. Si desaparece es porque como herramienta de adaptación ha fracasado, ya no sirve. Mantenerla es un mal negocio para sus posibles hablantes. Pedirles que mantengan su maravillosa ‘cosmovisión’ para que el mundo sea más rico y diverso es pedirles un sacrificio que nosotros no estamos dispuestos a hacer.

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